Margarita Isaias

Hay tristeza en mi alma

 

Todo parecía marchar sobre ruedas. La felicidad era palpable y de pronto aparece un pelo en la sopa. Aunque ojalá fuera tan sencillo como sacar un pelo de mi plato. No, mi hijo ha vuelto a drogarse. La cabeza me dá vueltas, no pienso claramente. Tal vez he sido una mala madre. Eso debe ser, le he proporcionado lo que ha necesitado materialmente, pero quizás le ha faltado algo más de mi. Tal vez su niñez la empañé de algún modo con mi volubilidad, mi inestabilidad emocional. ¿ Cómo saberlo ? Ël no me dice nada, le hablo y sólo discutimos. Debo buscar ayuda profesional, lo sé y lo haré pero mi fortaleza se ha minado con el paso del tiempo y con la gran carga emocional de ser padre y madre. Quiero ser fuerte para ayudarlo, pero él es adulto y está a mi cargo porque aún no se gradúa y tiene un carácter tan fuerte como el mío. Me siento derrotada, con mis sueños hechos añicos, porque aunque mis otros dos hijos son trabajadores y responsables, yo deseo ver eso en este otro, que me miente, que me agrede, que me ignora, que provoca mi deseo de desaparecer de la faz de la tierra. ¿ Es que él tiene que pagar por mi forma de vivir ? ¿ Hacer lo que me place, acaso será pecado y lo pagarán mis hijos ? No quiero eso. El pecado lo inventó alguien para hacernos pasar estos tragos amargos. Si me considero responsable hasta cierto grado, porque tal vez lo descuidé y él lo manifiesta de esta manera. Pero ya es un adulto, ya no es más mi bebé al cual podía quitarle de la mano o de la boca algo que lo podía dañar. Tengo que pensar con tranquilidad, tengo que hacerme a un lado como mujer y dejar tan sólo a la madre. No  puedo conjugar ambas partes, soy demasiado impaciente, demasiado intensa. No, no seré ya más una mujer. Seré su madre, quizás por última vez.