Sara (Bar literario)

La edad que nos habita

He alumbrado mi muerte:

Niña de boca roja y corazón con tristeza de pájaro.

Ella pudo ser la flor que encontró un viajero

pero eligió ser

el rostro de una muerte deshojada

pedazo a resurrección,

pedazo a viento con voz de un tiempo

agotado en la mar de un vaso.

 

Se mira el cuerpo,

¿qué hay en ese vacío de estrellas?

en la sonaja de palabras tambaleando

soledades de lenguas secas

ausencias con nombres para llamar en una noche

que todos quieren, pero la nada niega.

 

Llamemos a los cadáveres de otras edades

los que fueron con la culpa

y la dejaron en la transparencia de la piedra:

Somos débiles hasta que vestimos el traje

de -algo- que fue, y en la memoria queda.

 

Queda...

El recuerdo para mirarnos como si eso fuéramos

un origami de horarios

de colectivas melodías estallando

en la trampa convenida de una ciudad ciega:

Caminan los que somos

los que habitamos

y nunca se encuentran..

 

Tristeza:

tener un amor para socorrernos

pero el alma es una muralla

que conoce del oficio de costurera:

se cose las costumbres

se cose las huellas

y se corta un vacío para llenarlo

con el huésped que a un lado

del funeral de la vida,

a solas se queda.

 

Vengan,

Ustedes, los de paso

lleguen y pronuncien su penitencia:

Apuren la viga que sostiene el ojo

y en su tejer de conciencia

-exangue, sin treguas-

hagan la casa para habitar su riqueza.

 

Vengan...

Yo he partido

visión de alcantarilla

narrada desde la necrosis

de un poema...

 

Siempre el poema...