Carlos Fernando

El oficio del Alfarero

 

Pienso en el Alfarero, con cuánto amor y cuánta paciencia realiza su oficio, pues mi Padre hasta hoy trabaja.

Lo pienso saliendo temprano a la tierra a buscar el polvo y el agua para hacer el barro, lo miro tomar con sus manos un puñado y guardarlo en su odre (aunque los odres son para el vino).

Lo veo llegar hasta su taller con paso alegre y el corazón desbordado de gozo y radiante en luz, pues la luz es la forma visible del amor, por eso las tinieblas no pueden resistirle y colapsan delante de su presencia.

Es el resplandor de la SHEKJINA (lo que los hombres hemos llamado gloria) y que el profeta describió como destellos de esmeraldas y berilo, y ónice. Y que en el pectoral que lleva mi Alfarero sobre su pecho por delante del efod se condensa en doce gemas preciosas, cada cual con el nombre de sus hijos por sus familias.

Cuanta paz siente mi NEFESH cuando me acerca a su pecho EL SHADDAY.

Al llegar al taller, el Alfarero saca del odre un puñado del polvo de la tierra, y de su boca un poco de la saliva que hizo al ciego ver, y con estos hace un poco de lodo y comienza a amasarlo con sus dedos expertos.

Con suavidad va dando forma a la masa mientras va calentando el horno, deja secando al sol la masa en su forma primera.

Si el barro se quiebra al calor del sol, no está listo aun para ser cocido en el horno. Si se agrieta y se resquebraja, quebrantado como está, el Alfarero sabe que tendrá que rehacer el barro pues en esa condición sería destruido por el fuego del horno. Y con mayor resistencia podrá ser útil, conforme al servicio que deberá prestar en los menesteres dela casa.

A mayor uso y distinguido servicio, mayor belleza y resistencia se requieren.

Pero acaso el barro puede decir al Alfarero: ¡Quiero ser lámpara!; o ¡Colócame acá!

Así, el vaso tendrá que ser restaurado tantas veces como su utilidad y hermosura requiera de acuerdo al diseño del Alfarero.

Si a pesar de todos los esfuerzos, el vaso realmente no sirve para nada, el Alfarero sencillamente no tendrá más que desmenuzarlo y desecharlo, coger nueva tierra y repetir el procedimiento  en otra pieza de barro, hasta darle la forma y el uso deseado.

Si ha podido quedar íntegro en esa etapa del proceso hasta su secado al sol, ya estará listo para el fuego. Y al final, para ser colocado en el sitio que el Alfarero ya tenía prevenido para ese vaso específico.

Ahora el vaso está listo, es hora de escanciar en su interior, el vino, el agua, o el aceite.  Listo, útil y hermoso, para servir tal y como el Alfarero había preparado desde antes de ir a recoger el polvo de la tierra.