Alejandrina

DUELE RECORDAR


Era un hogar tranquilo,
un regazo amante y cálido,
lo envolvía un suave aroma a madre,
refugio de sopas abrigadas
y de horarios puntuales,
el canto de los gallos 
marcando madrugadas.
Eran jóvenes mis pasos
a poco andar de los juegos en el barro.

Allí reinaba ella en su castillo humilde,
con su estirpe de pobreza,
cubierta de silencios, plena de nidos,
y era la ternura esponjada en la panera,
el santo amor aplastado en el puré,
la mano, la tibieza,
el mate conversado en las mañanas.
Era la certeza eterna.

Un viento huracanado estremeció
los pilares de aquel útero familiar,
desarraigándolo,
la lluvia torrencial presagiaba 
una tarde de luto y de pavor.
Se inclinó sobre el mantel,
sin llanto ni gesto de reproche,
mediodía de calvario y duelo.


¡ Huérfanos !
Pobre santa, madre mía,
con cuanta dignidad te bajaste del madero,
deponiendo tu yugo solitario.
La ultima ceremonia del pan estaba hecha,
afuera, el aire entona un réquiem,

Tus manos hacendosas

descansan sobre el pecho

como dos palomas ciegas,

alcanzadas por el rayo de Dios,

preeminencia de lo santo .


Duele recordar, es revivir con emoción,

es volver enferma y derrotada,
cada invierno, cada verano,
y buscar su presencia 
como un sabueso entrenado,
por todos los rincones del huerto,
en cada pared el tacto de sus manos.
Su olor y su tibieza aún me abrazan,
el fuego del fogón no olvida
la calidez de su mirada.

Alejandrina.