José Jacinto Corredor Cifuentes

EL ROSTRO DE MI MADRE

 

Vi tejerse en forma paulatina tus arrugas

y el rostro que antes era suave, como piel de niño,

por el llanto, el sufrimiento, las angustias,

se te fue ajando cada noche y cada día...

 

¡Pero aún así, eres hermosa madre mía!

 

Tu ojos que despedían soles cuando me miraban,

se te fueron quebrando en los albores de las mañanas frías

cuando uno a uno tus hijos velabas con encanto,

sin importante el sueño, ni el cansancio, ni la tenaz fatiga...

 

¡Pero aún así, eres hermosa madre mía!

 

En tu boca de delicados labios, el corazón está desdibujado,

las lágrimas que hasta ellos han llegado, los marchitaron

como los pétalos de la débil rosa y aún así, cuando sonríen,

de revivir son capaces las viejas añoranzas de la infancia..

 

¡Pero aún así eres hermosa madre mía!

 

Y el color de tus mejillas ya no aparece como antaño,

es que el sufrimiento no ha pasado en vano, destiñendo

el carmín sonrosado de la aurora que otrora enamorara al viejo,

cuando no habías dado todo de tí, tu vida, tu sangre y tu calor...

 

¡Pero aún así, eres hermosa madre mía!

 

Contemplo con cariño, con ternura, con inmensa pena,

lo que has dejado para tí, cuánto has repartido

y al Todopoderoso pido con fervor, conserve redibujada

tu hermosura, en el retrato que de tí tengo en el corazón

 

¡Pero aún así, eres más hermosa madre mía!