Genaro A. Cancino

Una noche en la Necrópolis

Grité a los cielos
nombres infernales que,
despertaron consigo
miles de espectros terrenales;
besé la mano de la Luna
y baile con Erishkigal en su menguante,
mientras con su vestido
que parecía carmesí bruma,
desgarré el cielo y... dormí.

Descubrí la necrópolis de Babilonia
recorrí sus montañas en busca del perdón.
Aliado de los Dioses, me volví
en un momento de lujuria y terror.

Bebí el elixir de la vida
y de la carne de las putas, me sacié.
Derramando sus fluidos en las tumbas
cuando la noche necrofílica comenzaría a caer.

Abrí mi mente al exterior,
el delirio del demonio comprendí;
donde las sombras se bañan en sangre
y el sol las ilumina con su maligno carmesí.

Las campanas suenan a muerte,
el pergamino leo en sus ojos,
la capilla arde en sus ojos.
El antiguo prefacio de sus labios... ¿oí?