yasa

Que gracia....

El destino siempre le ha mostrado toda sus caras,

ella se puede formar una idea de lo que vendrá o se irá.

Ella piensa que el destino no le tiene confianza a el y por eso

siempre le ha buscado a ella.

en algún punto estaba aburrido y se le ocurrió cruzar sus caminos.

Quién se hubiera imaginado que algo así hubiese sido posible.

Corazones felices y dichosos,

risas y carcajada por doquier,

uno que otro beso furtivo,

abrazos que desean que puedan ser eternos.

El destino, al darse cuenta de lo que provocó,

simplemente enmudeció y se retiro sin despedirse

de ninguno de los dos, por si algo llegase a pasar,

si algo se saliera de sus manos, el estaría observando desde

lejos, atento y con la culpabilidad en la garganta.

Rogando, rogando por lo que empezó como una simple broma,

no se volviera algo de que entristecerse.

Ella, a la que le a tocado aprender a dudar de todo y a no confiar en nadie,

sufre por la incertidumbre,

incertidumbre que los acompaña cada vez que se alejan el uno del otro.

Su cariño va en aumento,

como un carro que corre sin frenos.

Prometen alejarse, tomar distancia por el bien de los dos.

Lo intentan, pero de uno u otra forma terminan juntos

de nuevo entre risas y besos.

El destino solo mira enmudecido,

meditabundo,

solos los ha dejado y ellos sin su supervisión,

sin sus burlas y artimañas se van conociendo cada vez más,

encariñándose el uno con el otro,

acostumbrándose a su mutua compañía,

que empiezan a temer de lo fácil que a sido llegar el uno al otro.

Caminando el uno hacia el otro con pasos temblorosos,

ya nadie sabe qué hacer,

ni a donde va a llegar esto,

solo lo sabe el destino, que se pasea meditabundo,

meditabundo lejos de ellos.