joaquin Méndez

ME DEVOLVIO EL BESO CON FURIA SALVAJE

 

 

Hacía mucho tiempo que no salía de noche, y pensé: “esta noche,  salgo a dar un paseo y tomar unas copas.”

 Y salí, a la calle, noche bella y muy estrellada.

Comencé a caminar bajo el manto de las brillantes estrellas.

Miré a un lado y a otro, luego miré a arriba -al cielo-.  ¡Vaya!,  estaban tan bajas las estrellas que parecía que se podrían tocar con las manos  solo con estirar el brazo; no intenté coger ninguna, pues sabía que no la alcanzaría.  

Al voltear la esquina de la avenida del parque,  la vi…estaba sentada en el banco de hierro que estaba al lado de la parada del autobús.

¡Joder, qué mujer tan impresionante!, ¿sería cubana aquella belleza tan tropical?

Tenía los ojos grandes rajados y de un azul turquesa bellísimo; la miré y me encontré con esos hermosos ojos,  quedé como paralizado al ver tanta belleza nada más salir de mi casa.

Me acerqué.

-Buenas noche señorita. ¿Qué hace una belleza como usted sola y tan tarde en la calle?

Ella me miró de nuevo, dudo un instante, y dijo.

-Me supongo que como usted, aburrida y sin nada que hacer, ¿o me equivoco? 

-No, no, se qieiboca.

-¿Le apetece tomar un copa? Le pregunte.

-Sí,  pero no con un desconocido como usted.

-¡Ay! lo siento mucho. Mi nombre es  Alex, y estoy a su disposición para lo que desee… ¿Ve? ya no soy un desconocido. ¿No le parece?

Ella lanzó una carcajada, y dijo:  -Me llamo Amalia.

Dudó unos segundos, y luego con una sonrisa-Vale, me ha convencido para tomar esa copa. 

-Yo  vivo aquí al lado pero me supongo que prefieres en un bar.

-Sé dónde vives  -dijo ella sonriendo- Soy casi vecina tuya, te he visto salir muchas veces, vivo al lado tres puertas más a bajo de tu casa. ¿Puedo tutearte? - me pregunto con su bella carita muy  cerquita de la mía-.

-Por supuesto;  por favor, si vamos a ser amigos mejor así.

-¿Amigos?  ¿No vas demasiado  aprisa, acabamos de conocernos?, ¿no te parece?

-Claro, pero ya no somos dos desconocidos, al menos podríamos ser amigos, si te parece bien.

-Ya veremos -dijo con voz muy dulce-.

 

Cerca de allí había un bar musical y nos dirigimos al local.

Sonaba una musiquilla muy romántica, lo que nos despertó el deseo de bailar, pedimos dos copas ella pidió un Tropicana yo un whisky, le dimos sendos tragos y nos pusimos a bailar.

Comenzamos bailando separados pero según pasaba el tiempo fuimos arrimándonos poco a poco. Sentía su cuerpo ardiente pegado al mío, aquel cuerpo esbelto de curvas pronunciadas y dos pechos duros y derechos como dos cuernos de rinoceronte,  lo que me provocaba una sensación de bienestar, que despertó mi intimidad, que se fue endureciendo cada vez más y más.  Su pelo rubio me acariciaba la cara  como si fuese seda fina. ¡Dios que sensación!

Ella al sentirse la presión de mi falo levantó su linda cara y me miro a los ojos con una sonrisa  llena de picardía. -¿Te estás emocionando o me lo parece a mí? -dijo soltando una risotada nerviosa-.

-Lo, lo, lo, ciento  -balbucee yo como atontado-.  ¡Joder, qué vergüenza pasé! Yo creo que me puse más rojo que un semáforo.

-No te preocupes -me dijo ella sin dejar de sonreír-.

Eso me calmó un poco, pero no se me bajo la dureza del espolón, que seguía punteando cerca de la cueva... que solo la separaba su vestido rosa y mi pantalón  tejano.

 

Terminó la canción pero ella no se soltó, siguió abrazada a mí, con su cara apoyada en mi pecho;  le di un beso en su pelo rubio y otro y otro, levantó su cara y el beso le cayó en la frente; alzó la cara más y el otro beso le quedó en los labios que buscaron los míos... que desprendían fuego.

 

Me devolvió el beso con furia salvaje como si lo hubiese estado esperando hacia tiempo. Eso hizo una reacción en cadena, todo mi cuerpo se contrajo y la abracé con más fuerza, como queriendo meterla dentro de mí.

 

Ella seguía comiéndome la boca con aquel sabor tropical, sabor cubano a coco y piña colada, que envenenaba mi sangre y perturbaba mi mente, la conduje al fondo del local, al rincón más apartado y más oscuro, donde había  varios sillones que se encontraban vacios dado la poca gente que se encontraba en ese momento dentro del el local.

Estaba tan oscuro que solo nos veíamos si nos  tocábamos con  las bocas.

 

Sin darme cuenta -como sonámbulo- me  arrodillé delante de ella y  le subí el vestido,  tiré de su tanga rosa, hacia abajo, con manos temblorosas.

 

 -¿Qué haces?, nos van a ver - me dijo con  voz temblorosa-;  pero tenía su mano derecha sobre mi cabeza y me la empujó hasta que mi nariz  chocó contra su sexo,  ya muy húmedo y ardoroso.

 Su aroma se metió en mis sentidos  y mi lengua frenética trabajaba la entrada de aquel túnel que emanaba fluidos embriagadores, elixir, néctar, melaza y una mezcla de canela y agua marina que me dejaba un sabor sabroso.

Se comenzaron a escuchar gemidos, al  principio tímido, suaves, que fueron en aumento, según mi lengua entraba y salía de la caverna rosada, que se convertía en un volcán de lava caliente y espumosa.

Me apartó la cabeza, y se dejó caer en el largo sillón,  dejando al descubierto a aquel sexo hambriento, esperando lo que no tardaría en tener, pues mi pene estaba, que  ya no podía aguantar mucho más; con mi mano lo deslicé a la entrada de aquel infierno en llamas, y con el glande restregué un poco de arriba abajo y de abajo a arriba, rozando su clítoris que ya lo tenía excitado y durito como un garbanzo.

Sus piernas se abrieron al máximo,  su flor quedó totalmente abierta, esperando la penetración, que yo retrasé para que mi amante gozara al máximo, hasta que me suplicó varias veces la penetración. Fui penetrando lentamente, muy lentamente, centímetro a centímetro.

 Estuvimos cinco o seis minutos ausentes del mundo que nos rodeaba, solo escuchábamos nuestros gemidos de placer, de pronto estallamos juntos en  desenfrenados vaivenes, como dos desesperados, nuestras bocas se devoraban mezclando nuestras salivas, en el mejor cóctel de amor que jamás había bebido.

 Pasado unos momentos de relajación salimos del local como dos enamorados y nos dirigimos a mi casa, muy abrazaditos y sonrientes.

Desde entonces nos vemos todos los días y somos íntimos amigo...

Autor, Joaquín Méndez.

Reservados todos los derechos.

23/03/2013 23:00:49