Jorge Luis Arcos

La parisina

Ni una palabra sana

sale de la sabia.

Mi labia estila entre:

sus piernas, caderas y sus labios.

Me inspira y turba,

me castiga, sin palabras

destruye mis ansias.

Ella es turbia y mezquina

sin clave de acceso

me  inspira,

no sabe lo que busca

tal vez si... Me martiriza,

sin mucho o con poco

solo verla me deslumbra.

Mi musa; paradoja del destino;

un capricho;

el mío, que sea mía

sin censura

verla desnuda, al vacio,

contemplar su manantial de vida

que estila entre esculturas y

escrituras, que cambian la historia

y que cura,

que envuelven planetas y me alivian.

Sus formas cíclicas, sus cadenas contorneadas

que oscilan entre frio y blanco

del color más fino y

ese sello que firma y

reafirma nuestro pacto,

una fusión de mundos

una simbiosis extraña

que cultiva y cierra

el misterio de la parábola y esa

geometría que termina en

perfección de dos cuerpos

y sus almas sin piso

entrelazadas al vacio… infinito.