La jubilación del corazón sometido
a un dictatorial juego de cartas,
apostando la vida que se regala
en un casino sin reglas
para vengarnos el alma.
Sangrando nuestro estigma
en la herida imaginaria
por la ruinas de un amor
profetizado en la frenología
de nuestros cráneo subyugado
al altruismo nocturno
-amar de poesía-
Proyectando en el pulso
la pantomima de las manos
que regresan sus despedidas
a la escena del crimen.
No hay sospechosos
dentro de la cárcel de recuerdos.
No hay ley que discrimine
entre un encuentro de ciencias
y un husmeo sin ropas.
Nadie tiene la culpa
en las prisiones de la memoria
de ser un silencio vivo
sin cuerpo, para cumplir la pena.
El grisáceo refugio
Frontal- vegetativo
que juzga sin fundamentos
a la temeridad de violentarnos
-En la dolorosa aventura-
evolucionándonos en seres finitos;
fruición de inmortalidad fragilizada
abatiéndose en las vías mortuorias
de cada momento.
La ciudad que nos habita
es una burocracia sirviendo,
a un pueblo fantasma.