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Relato: Visitas aladas

VISITAS ALADAS

Son las ocho y treinta, me acerco al ventanal de la habitación, en el segundo piso del sanatorio, y al correr  la cortina, a mi derecha,  me encuentro con el disco dorado del sol, que emerge  de entre la niebla, que remolonea en dispersarse. Mientras, múltiples chimeneas exhalan las primeras bocanadas de la mañana. De tanto en tanto aparecen las ramas desnudas de los árboles de las calles. Hace dos días que se produjo el solsticio invernal y la perennidad de las especies, los ha dejado erizados, salvo las viejas y enhiestas palmeras, seguro habitáculo de palomas y de las indeseables ratas.  Una paloma se ha posado frente al ventanal, sus grises tornasolados lucen bajo los destellos del sol. En segundos aparecen otras, que se ubican casi equidistantes sobre los pretiles. La primera levanta vuelo y se detiene sobre una chimenea inactiva del edificio, dedicándose a acicalarse indiferente a mi mirada. Con el pico abre sus plumas, permitiéndome apreciar una amplia gama de colores brillantes. De pronto,  levantan vuelo  como si obedecieran a un mandato,  y desaparecen a mi vista. A lo lejos, una bandada vuela en círculos sobre una construcción.  El sol ha corrido a la niebla, y se eleva recostándose hacia el Norte. A  través del amplio ventanal, la energía del sol y la calefacción me obligan  a quitarme el abrigo. Me pone contenta pensar  que desaparecerá la humedad, que por varios días nos mantuvo con la casa  cerrada,  malhumorados,  y con las articulaciones inflamadas y doloridas. La ciudad ya está en marcha; las estufas delatan la actividad familiar de quienes permanecen en el hogar,  y utilizan leña como combustible, y el aire comienza a impregnarse con el producto de la combustión, pintando el cielo con grises columnas.  Dos teros citadinos han llegado a la terraza, y con sus gritos rompen el silencio, anunciándose;  luego caminan rápido hacia una pequeña charca en el techo, beben y levantan vuelo tan rápido como llegaron.  Ahora son gorriones los que ocupan la chimenea inactiva, pero solo por un momento.  En un instante, la terraza es visitada por varias palomas,  y la chimenea  es   ocupada por un par de ellas, que caminan en círculos, parecen acariciarse con el pico, se enfrentan y sus picos se encuentran tal un amoroso beso. Me siento expectante. ¿Podrá ser que la suerte me regale el maravilloso momento?  Me asombro al percibir como aceptan la visita de un solitario gorrión al pedestal.  Impávidas a su presencia continúan su cortejo, despliegan las alas junto al astro,  que continúa su ascenso envuelto en un manto de nubes casi blancas en el límpido cielo.                         

Ha transcurrido casi una hora y el paisaje se ha pintado con todos los verdes y ocres; los de los árboles cercanos de las casas de familia, los  de las calles, los del monte ribereño, la isla y el parque anexo a la ciudad. Buceando entre ellos, a lo lejos  descubro una porción del río que se aprecia celeste y quieto. Hoy no le hace honor a su nombre: Negro, Hum  en  guaraní, debido a lo oscuro que parece cuando la corriente remueve el limo de su lecho. A lo lejos, entre los árboles de la margen  izquierda, la carretera es delatada por el vislumbre que el sol produce, sobre los escasos vehículos que la transitan,  por ser esa una zona de escasa urbanización. De pronto, el momento que esperaba, tan breve como revelador;  la consumación de la cópula me confirma que es una pareja, la que está frente a mí.  Me lamento y culpo  por no traer la máquina de fotos en la cartera, ya que muchas veces he dicho, que debo tenerla pronta, para así poder registrar los momentos  que  me gustaría inmortalizar. Vaya a saber qué mueve al palomo a volar, y a la paloma a quedarse echada. Quizás salga en busca de otro amor, y ella solo quiera recibir, la grata caricia del sol. Recuerdo haber leído  o escuchado que es una especie monógama, pero no lo puedo asegurar; también sobre el daño que provocan sus deposiciones  a la salud humana. Me pregunto: ¿Hasta cuándo las podremos contemplar en las ciudades?  Hoy me han acaparado,  permitiéndole a mi mente, sustraerse de algunas  preocupaciones. Pienso  en su presencia en plazas y paseos públicos,  entreteniendo a solitarios, niños, ancianos y enamorados, con el tiempo necesario y el espíritu abierto para la contemplación de estas maravillas de la naturaleza.  Sobre la ciudad y hacía el Norte, todo el paisaje parece estático. El suave flamear de una bandera en un edificio público, y las columnas del  humo de las chimeneas de las estufas,  me dicen que no hay viento. Dos trabajadoras de la salud irrumpen en la habitación; cumplen con diligencia y amabilidad con las tareas asignadas. El rodar de los carros por los pasillos anuncia distintas presencias. Los médicos y nurses evalúan,  registran e informan a los familiares, la situación. Mientras,  la vida  y la muerte  juegan como desde los principios de los tiempos. Afuera  el flujo de la vida continúa, infinitamente versátil.               

Hoy pude tomar algunas fotografías, con mi pequeña  máquina y mi evidente amateurismo. Los días se han sucedido casi con las mismas características, el cielo despejado, el sol brillando, atenuando el matinal frío invernal.

Día a día han llegado las palomas, los gorriones, los escandalosos teros  y he visto las bandadas lejanas. Interrumpo la observación que me entretiene, mientras vigilo el goteo del suero enriquecido y observo el rítmico movimiento de la respiración de mi madre. En estos momentos, muchos recuerdos afloran, surgen preguntas sin respuestas y las otras, y a pesar de lo doloroso de las circunstancias, el ventanal me ha permitido contemplar uno de los regalos de la naturaleza, en estos difíciles días de comienzos de la estación invernal, permitiéndome sonreír,  tal vez a manera de resarcimiento.