Sus trémulas manos
acariciaban mi sien,
en ella una horda de pensamientos
confabulaban en el crepúsculo de mis deseos.
Era inmediata la orden de poseer en aquel instante
su cuerpo delicado, frágil y pueril.
Quise disimularle toda índole de codicia
y esquivé la mirada a un aislado ocaso
que me arrebató en silencio su amor
aquella tarde cuando mi cobardía vestía de coraje
ocultando mis humanos sentimientos ante aquel ángel.
Fueron días de agonías, ni mil cerillas,
ni dos mil plegarias, ni benditos, ni sagrados
ni el canto de las aves, ni el revolotear de mariposas,
ni siquiera la fría lluvia de rocío
que vestía la desnudez de la rosa
pudieron aquella albina alborada
despejar de mi mente su nombre.
El tiempo, que no es ni mi aliado,
ni el suyo igualmente nos acercó
un día cualquiera en la ceremonia de un sacramento
uniendonos...hasta que la muerte nos separe.