Hugo Emilio Ocanto

Visitando a mis ausentes...

Hace  mucho frío esta mañana.

Salgo de casa.

Camino una cuadra,

y espero el ómnibus.

Llega. Subo.

Saco pasaje.

Me siento.

En el trayecto visualizo

desde la ventanilla

la ciudad.

Mi ciudad. La de los recuerdos

de mi niñez...

Llego a mi destino.

Compro unas rosas blancas.

Voy caminando por esas frías

calles hasta la morada

de mis queridos muertos.

Mi madre, mi padre,

y mis dos hermanos.

Los cuatro juntos están allí,

en su nuevo hogar,

hasta la eternidad.

Coloco las flores.

Limpio la placa. Rezo por sus almas.

¡Cuántos seres aquí, sin vida!

Miro sus fotos, y en mi mente

hago un raconto del pasado.

Imágenes que se entrecruzan

en mis pensamientos.

Días de alegrías juntos.

Días de trabajo, de sacrificios,

de penurias, de fiestas, de reuniones,

días de gloria, pasados...

Una enorme pena embarga mi alma.

En este momento pienso

que me gustaría ocupar un lugar allí...

Que salga uno de ellos

de ese columbario,

y ocupe en la tierra

mi lugar de vida.

Y yo estar dentro, sin vida.

 Rezo. Mucho. Pido por ellos.

Deseo que no estén ausentes físicamente.

Perduran a través de tantos años

en mi corazón.

Pero hoy, siento la necesidad del reemplazo.

Mi muerte a cambio de una vida,

aunque sea.

Es extraño mi sentir.

No tengo explicación explícita.

No sé por qué hoy

estos funestos pensamientos...

¿Será la soledad?

¿Mis penas?

¿Mi clamor por la unión

que ansío y pregono, sin resultado?

¿Mis ansias de éxitos, sin tenerlos?

¿Los amigos que deseo tener

a mi lado y no lo están?

¿Por las miserias?

¿Las mentiras, el hambre del planeta,

del hombre que no trabaja?

¿De las constantes guerras del hombre

hacia el hombre?

¿Por la indiferencia, 

por la maldad?

¿Por el amor que a veces tengo

y el destino me quita?

Y pensar que todo sería tan simple...

Pero solo no puedo.

No puedo solo.

Momentos que los seres

a veces tenemos...

momentos de fe, de esperanzas,

de amor, de amistad...

Y después... la nada.

Quisiera estar al lado

de ese Cristo crucificado.

Siempre. Lo busco en mis rezos.

Él me acompaña.

A veces lo abandono,

pero interiormente sé su amor

hacia nosotros, es inmenso...

Tengo que darte Dios,

más inmensidad en mi amor

hacia tí.

Te amo tanto... A veces me alejo...

Pero siempre estás conmigo.

Tanto te pido que no nos abandones.

No soy egoísta. Pienso por mí,

y por el mundo todo, lo sabes Señor...

Hasta un día próximo mamá, papá, hermanos...

Saldré de este cementerio,

acompañado de Jesús, nuestro Salvador.

Antes, quiero besarles sus rostros,

y también al Cristo crucificado

que los acompaña en su morada.


Todos los derechos reservados del autor( Hugo Emilio Ocanto - 12/02/2013)