tiburcio de la sonec

El Primer Día

Dedicado a mi abuelo en forma de perdón. “Nada más quise ir solo a la escuela, nada más sin lastimarte”.

5:00 a.m. como siempre el hombre de la casa levantaba su cuerpo hacia la cocina, dispuesto como todos los días. La olla de café, la chocolatera llena de cacao espeso, preparados con santidad perpetua, se revestían juntas con niebla de paramo y selva de espuma.

 

Una ducha es predecible empezando el día, sus zapatos del típico charol con la virtuosa  fuerza del trapito en el brillo descarado, las medias hasta las rodillas, el dobladillo de sus pantalones, la camisa con cubos o líneas, y unos cuantos roces de loción para la galantería.

 

6:00 a.m. como siempre listo estaba todo, el café ya no tenía olla y del chocolate solo quedaba la espuma. Sus ansias llegaban al cielo, aunque siempre conservando la sabiduría de un hombre viejo; esperaba a la puerta a su persona favorita, esperaba a su amigo de caminatas eternas, esperaba al único que en esos días le retribuía compañía, esperaba a su nieto a la puerta.

 

6:15 a.m. Ya no es como siempre, el hombre llora, llora al escondido, al lado del sueño de la abuela Lilia; tristeza absoluta e inmutable con trozos de inocencia macabra. Han de ver lo que ese niño dijo a su abuelo aquel amanecer para tan miserable sentimiento, han de saber que sus palabras fueron sin piedad alguna, han de sentir que en ese día primero, el pequeño engendro decidió caminar solo hacia la escuela en las mañanas para toda su vida.