rodulfogonzalez

EPÍSTOLA

 

Quiero que sepas, dama increíblemente generosa en cariño,

exquisita como el pan recién horneado, toda belleza,

que haberte conocido por obra y gracia del azar,

fue lo más hermoso y alentador ocurrido en mi azarosa vida llena de temores,

de miedos, de vicisitudes y de incredulidades,

pero esa timidez campesina de la que me siento orgulloso,

aunque tenga centurias o quizás milenios viviendo en ciudades

amables unas, antipáticas otras,

me impedía transmitirte ese sentimiento,

que a pesar de ser puro como la inocencia de un niño

y cristalino cual el agua del río de nuestro pueblo, se resistía a salir de su covacha.

Pero tú -bendita seas mujer por los ángeles que protegen a los tímidos-

entraste a mi solitario mundo de poeta errante

 para ofrecerme tu amistad,

pan hecho por ti, techo acogedor y lecho.

Desde entonces moras en mí.