Poeta-Maldito1976

EL HABITANTE DE LA LUNA

La luna a través de mi ventana siempre me inspira. Ella me sonríe y cura mis heridas. Y yo le canto porque todavía no he aprendido a leer dentro de los días.

 

EL HABITANTE DE LA LUNA

 

Mi carne está hecha de arena y mis ojos perdieron sus agujas de reloj cuando paseo por los valles que tu rocío regó, en estas tierras inciertas, de sed repletas, tratando de poseer los tesoros que hasta ti trajeron como flechas los meteoros. Porque contemplo el firmamento y todavía sueño con poder surcarlo y empequeñecerlo, con las sonrisas de mi memoria, entre dulces y prohibidos incendios, cuando tú no estabas sola y el cielo en tu desnudez era nuestro lecho.

 

Despierta e ilumina mi rostro y permite al minotauro encontrar la salida de mis ojos.

 

Ahora que llueve sobre las mentiras, entre las canciones de los lobos que lamen mis heridas, yo también te perdono.

 

Cuélgame tu collar de plata mientras el amor muerde mi camino; la serpiente ya se arrastra, observa como la esquivo. La tierra por el sol torturada siempre agradece tu cariño y yo que habito en la frontera de las iglesias donde se sangra, bajo tu sombra he aprendido a domar a los arrogantes grifos.

 

Y al verte se aceleran mis latidos, sonríen también las flores y el sol se esconde herido. Yo enterré tu plata por todo el camino y ahora huele a ti por donde quiera que yo piso.

 

Cobarde, el tiempo mientras te dirige sus reproches, se ha detenido a anidar en la sombra de mis alas y los espejos me devuelven tu silueta en los mares que no tienen agua.

 

Y la soledad retrocede voraz entre las piedras del cementerio. Esta es la noche de los hombres cuando los besos tienen tu verdad y el vestido de horizonte me pongo.

 

Yo te rescaté de los naufragios de mi cordura y cuando chocaron las nubes de pronto pude enterrarme en tu altura y esconderte en mi corazón entre los escombros. Yo te rescaté de la libertad para hacerte mía y ofrecerte mi sangre de futuro remoto y aunque venimos de diferentes aceros, a veces queremos ser la misma espada y no lo somos.

 

Pero en tus labios también escucho mi nombre y tus canciones de solsticio, porque desde mi jardín las puertas me regalan tus anillos, crecientes o menguantes, mucho antes de que yo haya comprendido que me regalas tus horas para rebajar mi culpa y mi castigo por haber errado durante el día el camino de mi destino.