Albin Lainez

la insospechada



¿No fuiste vos la que sedujo forasteros en la oscuridad arbitraria de los baldíos?

¿Acaso no se te otorgó el don de sonreír con franqueza, desencajada, para que

cubrieras de cada flor su pelambre rubí, en los molinos

puestos al sol antes que a las tormentas?

 

Yo te estuve pensando tanto tiempo como fuera necesario,

hilvanándote nuevas canciones que aún no descifro,

a modo de tónico para que no te duermas mientras

se discute en los laberínticos paseos del castillo,

o empieza aquel baile del que hablamos en cuanta

ocasión nos fuera propicia.

No importa tanto que no vinieras sino que olvidaras

para qué.

En la cabeza siempre amamantaste jardines

provistos de luz cautiva, pájaros de algún color

todavía secreto para el casi nulo imaginario.

¿Qué podrían tu madre, hermanas, abuela, yo misma,

haber hecho ante la situación dada?

Suspicaz es la fuerza invisible de las cosas,

el rolar contracorriente sin punto

de referencia.

Y no somos suficientemente perfectas como

para involucrarnos en tarea semejante,

ni quisiéramos empeorar la situación

por la que atraviezas.

Nuestra ignorancia pesa como testimonio ciego, ajeno,

y vos no estás escuchando la súplica de nuestras manos.