Oscar Perez

Padre mar

Padre  mar

 

Ven a verme, padre mar, que por las tardes

tengo nostalgias de tu voz y de tu arena humedecida,

ven a llevarte mis naufragios a tu hondura

y a hacer surcar por mi esternón tus horizontes.

Tengo gaviotas en la piel de mis arrugas

y en la fosforescente esquina veo el limbo sucio

de tus caderas socavadas por mi sexo,

de tu virtud enajenada por mi espuma,

de tu escafandra alimentada por mis sueños.

Ven a llenarme la copa de tu oleaje,

quiero el salobre ardor de tus entrañas en mi boca,

desnúdate conmigo y ya solázame

de tanta eternidad con que te espero en mis ciudades.

El rumor es semejante entre las calles

a tu bondad de viejo cascarrabias,

a tu enjuagar del ahogado las camisas,

a tu temblor de furibundo prisionero.

Pero no estás en esas cuencas que contemplo,

de aquel mendigo de mendrugos o de cuerpos,

de aquella dama que saló mi propio pecho

 para volver al mascarón de sus deberes,

de aquella torre en que las algas arremeten

con formas de un futuro cementerio.

Ven a buscarme con tu olfato entre las calles,

con tu lengua de salitre, con tus pulpos

de helada soledad y tinta verde,

ven a saquearme el corazón de aquel tesoro

que el Gran Corsario sepultó para su gloria

y que los loros del neón y las vitrinas

confunden con su propia ruta al cielo.

Es tierra aquel baúl que en mi enterraste,

es agua aquel timón que me sumerge

en tardes desoladas, en escualos

con formas de reloj o de sarcasmos.

Extráñame, cristal del viejo océano,

carcome con tus cantos las distancias,

que un día un solo son de caracolas

nos una en la heredad de aquellas costas.

La muerte será entonces el regazo

que a cada ola meza con ternura,

mi nombre será entonces tu apellido,

yo preñaré la muerte de tus peces,

y en cada soledad de pescadores

el hombre entenderá que nos casamos.

Con amor o sin amor, no habrá más miedo

y habrás pagado un alto precio en timoneles

sólo por serme fiel y por venir a mi rescate.

 

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09 01 13