Sara (Bar literario)

Triángulo de esquinas

 

 

Mente obtusa para partirnos en dos, devolvernos a la señal que se reflejaba en las mesas solitarias de un bar pletórico en solteros. Aquí y allá, los anulares resplandecían el círculo contravenido por una disputa cualquiera, con altas probabilidades de anémico perdón y agraviado olvido.

 

Tú resoplabas los trópicos de Miller, yo justificaba los amoríos de Anaïs.

 

Qué maneras que tiene el destino para devolver a su cauce, el río perdido.

 

No hubo templanza;  solo un batir de rutinas, los tragos relajando nuestros nervios primerizos, el taxi que amaestraba el suceso clandestino, el deseo que nos pasó volando encima de las rodillas y no fingimos.

 

Nos estallaban las dudas detrás de los edificios, en paredones impregnados de nuestros dientes, castañeando el credo de los que se quieren, y se tienen, a dos metros, lejanos, ausentes.

 

Sustraídos…

 

Me miras encima del hombro marcado por tu beso, te miro por debajo del regazo que me sostiene, y me protege del invierno, del tiempo, de ser enemigos…

 

“Decir adiós, la vida es eso”

 

Pero sigo ronroneando una despedida con súplicas rebotando en el teléfono: “ven, estoy sola, ven,  te extraño...Es apego tu carne en mis conflictos”

 

¡Cuánto daño puede hacerse al alma, y aún así, seguir amando!

 

Vienes con tus pañuelos desechables (¿soy uno de ellos?), una cajita de galletas y un libro de Girondo, a propósito dices, de esto que nos está pasando...”

 

Somos una ráfaga detrás del sillón, el león salvaje disgregándose en un ovillo de gatos: nos aruñamos, nos mordemos, después del amor, nos desconocemos, y es posible, que nos odiemos por el mezquino arrebato de aprobar la filosofía cuantificada (descalificada) en el devenir del cuerpo. Cerebro, alma -vías diferentes-…no lo creo.

 

Es suficiente, esta vez lo será, he probado tu antología de edenes;  los he exprimido igual que un limón y he cerrado los ojos, fuerte, muy fuerte, ante la acidez del placebo reventando la ecuanimidad de una monotonía incolora y escogida.

 

No obstante, te devuelves a mí como la carta jamás recibida, el boleto sin fecha de caducidad y el libro con hojas en blanco para ser reescrito cada viernes de desenfrenos disimulados, en cenas de despacho y homilías de clubes,  a medida de los santos.

 

 

 

En mi casa tengo, un jardín de injertos.