Edwin Yanes

Delirios de amor

Una suave brisa recorre
los prados de la eterna
primavera, anuncia la soledad
de un corazón que extraña,
sí, que extraña esos días
de locura y furor, en que
tú eras mi alimento,
mi desayuno, almuerzo y cena;
evoco que te servías en charola
 de lino, con tus piernas entreabiertas,
para que yo, tu esclavo, divisara
con profundo deseo tu gloria,
esa que un día me diste a manos
llenas, siempre fresca, siempre
con olor a jazmín árabe.
Mi alma tirita de frío, y busca
el refugio que un día tú le diste,
ese calor humano que es capaz
de derretir miles de glaciares,
ese amor, cariño, pasión y locura
que le daba color a mis días
grises.
Llega la penumbra del día
y con ella, el hastío de la soledad,
me recuesto en mi cama, la misma
de siempre, la que un día inundamos
de miel, mientras tocábamos el cielo
con las alas de la pasión; luego de horas
de pensarte y anhelarte, por fin, logro
conciliar el sueño, y justo en ese preciso
 momento te veo en mi habitación,
sí amor, te veo a ti, y como alma
en pena corro a tus brazos, extendiendo
los míos para abrazarte y colmarte de
besos, besos sabor a fresa; pero
para mi tristeza, son tan sólo delirios
de amor, vuelvo a mi cama, con el
corazón destrozado, derramando lágrimas
de dolor, pidiendo al cielo, tan sólo una
oportunidad, de contigo poder estar,
para amarte con plena libertad.

 

Autor: Edwin Yanes

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