Sara (Bar literario)

A mi eterna niña

Hoy no había tinieblas

o eran las mismas telerañas

sosteniendo el horizonte

en sus intrincadas manos

tejiendo a la vida

con sus hilos de la muerte.

 

La muerte

es aquella gracia de soplar

el disonante quejido de una gaita

nadie quiere la gaita

cuando el violin emite su dialecto

en nuestros oídos lamidos por sirenas.

 

La muerte es la página hecha doblez

en un conjunto de estampillas

pegadas sin un orden vascular

sobre una mesa rellena de tallos

cuyos pétalos, son la cigueña

sin hijos en la estancia.

 

Hay una niña vestida de ballet

girando su amor en el tocadiscos

su danza es magia blanca

hipnotiza a la desesperanza

con su juego de cometas

/alumbrando, socorriendo/

las lágrimas negras, negras

de nocturnos desechados

junto a miniaturas:

son gaviotas pendulando su amor

en un río carente de caricias.

 

¿Por qué? Quiero saberlo

Tú, doncella, adornabas con tus farolas

la poesía maldita de ángeles caídos.

 

Niña, mi niña de rosas frescas

regálame una mariposa

para cubrir con sus colores

este imaginarium devastado

por tu repentina danza dantesca.

 

Niña -eterna niña-

Sonríe a mi miedo

tu risa es una aureola

en estas sienes magulladas

por la huída de su grácil paloma.

 

Niña, eterna niña

convertida en danzarina hada

escurre tus polvos mágicos

sobre el llanto

de quienes te amamos

haz de tu partida,

el granito de nuestra fé mostaza

para creer todavía en los sueños

para creer por siempre en las hadas.

 

Niña, mi eterna niña

Creo por ti, creo en la magia

Creer, creer que después de la muerte

nos queda la magia de infinitamente,

en la música de los otros, vivir.