Blanca Castillo

Si, ellos.

Si, caminó entre  los pasillos color purpura  que ella misma coloreo buscando silencios que le dieran respuestas que quizá nunca encontraría. Si, sus ojos; en ellos se encontraban todas las palabras.

 

Como rodeo una y mil veces esos caminos de pupitres oxidados, figuras blancas tambaleantes  a la caricia del viento, el sol le regaló un cierto fervor  que le figuraba el abrazo cálido de esos ojos.

 

¿Por qué él no podía hablar, por qué ella tampoco podía hacerlo? los ojos no desteñían más que pura resistencia de seguir viendose… ¿cuánto podía esconderse en una mirada que los dos se ofrecían?, después la sonrisa de ambos era tan inefable que podían olerse sus sentimientos. Todos lo olían y ellos también.

 

¡Como la miro!, si, yo observé cuanto decían sus ojos al verla caminar entre la gente, como penetraban hasta lo más profundo de su ombligo, de su mente, incluso de su ser.

 

Si, él, ella, sus ojos;  lo demás ya no existía.

 

 Lo miraba cuando él no se daba cuenta, su cabello largo, los brazos, las manos y su piel, también la nariz, quizá resbalaba inadvertida  por  el torso;  tiene aprendida su anatomía.

 

Su sonrisa eufórica al saludarla ligeramente, como para que nadie se diera cuenta de lo que ocurría, mostraba el mas fino paréntesis  entre ambos, segundos a medías que desplazaban el tiempo de la humanidad.  

 

Ella hacía caras chistosas al mundo como para hacer pasar todo  desapercibido, aun así detenían la mirada para ver un poco mas dentro;  ya lo sabían todo y no se decían nada.