Eduardo Torres Isleño

Brenda

Para mil vidas o mil noches en el exilio

lo único que pediría mi prolongado corazón

sería el mirarte envuelta por el sueño,

por mis sueños que persisten y te contienen,

mirar tu pequeña boca, curvándose, alegrándose,

mirarte mientras vigilo, mientras te cuido,

verte desmayar, desvanecer, alejarte de mi voz, de mis versos,

muriendo a mi lado por el cansancio de los días,

ver tu rostro, inmóvil, como un farol, delicado,

lo único que pido es que no despiertes

hasta que cada línea y cada distancia de tu piel

se escriban en la fuerza indestructible de mi vista,

porque serás tú y serán las ondas de tu cabello

el alimento que mi corazón exija desesperado,

nocturnamente, a los recuerdos de mi mente fatigada,

y mi sangre, fluyente, traerá sobre mis ojos cerrados,

la misma imagen que hoy tiene tu cuerpo

dormida, cercana, ciega y muda, amiga mía,

hermosa, como una ciruela fría de oscuridad templada,

como una jacaranda nueva en las más extensa primavera

entonces cobraré fuerzas, y mis piernas querrán caminar,

y mis pies pisar la tierra que tú pisas

encontrarte, hallarte después de tanto,

amarte con el amor que te he reservado tanto tiempo,

esperando, recordando tu juventud

que por ahora no quiero ni querré abandonar

hasta darte cada beso eternamente destinado para ti.