Enrique del Nilo

LABRIEGO

Empuño el arado

y lo hundo entre el surco

que lanza las entrañas a sus lados,

para recibir en su seno el cercenante arado

que las destroza.

 

Mi sudor se derrama sobre el surco,

que lo sorbe sediento;

de mi vientre extraigo

la cálida semilla

que dejo caer junto al arado.

 

La luz se va extinguiendo,

y exhaustos nos separamos;

el surco cierra su seno

para fertilizar la semilla;

yo me lanzo junto al arado

a dormitar acongojado.