Alejandra G. C.

AGÁRRENME QUE HAY LES VOY

Le conozco sólo lo superficial, sin embargo, es claro

ha cambiado como cambian las mañanas de Corregidora,

Sé que está lleno de gracia, y es claro es un ente iluminado

me envuelvo difícil  asi que agárrenme que hay les voy...

 

Hoy me aventure a escalar la montaña que me imponía,

estoy llegando a un lugar fresco y frio pero inteligente,

inteligente como la infinita apreciable comunidad fractal que me regala.

 

Debes caminar más deprisa que se nos acaba el encanto...

cuando estemos viejos no querremos ir más seguido a la caminata de los intentos con sorpresas.

 

Me emociona saber que me emocionas, y mientras yo te regalo todo lo bello que puedo representar en esta tierra, loca y causal, te regalo lo que he ensayado por años, hasta puedo decir que sigo viva aún después de muerta.

 

Me encanta tu cabello, y como mis manos lo recorren con autoridad, me encanta que me regales esa cara de embriagamiento que me da resaca de sólo mencionarla, ese afán por citar lo trivial pero no tan trivial porque resulta  vulgar como  esa boca tuya con aroma a besarte.

 

Debo ser más cautelosa al indagar en los pensamientos de los prodigiosos, puede que desnude el alma de esos insensatos que se niegan a llorar, quesque tienen secos los motivos,  mismos motivos por el que me aleje de la poesía.

 

No sé si realmente he venido a este mundo a entender lo que debo hacer, pero no me siento insatisfecha, por eso mismo agárrenme que hay les voy y sin usar el diccionario yo lo declamo: “Renuncio por completo a todo lo que he hecho y renuncio ahora mismo al afán tan incesante de lamentarme. Que si el modelo es bueno, que rechazar la hipótesis nula, que si segunda fase o series de tiempo” Uuy perdón por lo último, es un desliz maniaco entre todo esto concreto. Renuncio porque me contaron que entiendes como tu esencia me trastoca hasta lo  más profundo de mis entrañas, eso si, jamás te regalé mis mejores años, sólo en la primera borrachera, que hasta traía los pantalones entierrados de tanta caída de los prejuicios endiablados.

 

Recuerdo como un día escribiendo, pude ver a los dioses, no me saludaron porque no sabían si lo eran, solo que sabían que yo pensaba que lo sabían y entonces se preguntaron si yo me estaba preguntando qué era lo que se preguntaban en ese momento. Las miradas intercambiadas dijeron que me podía reconocer ajena como lo he sido siempre.

 

Y sin embargo, siento que falta algo. Ese que se negó a salir hasta que tenga la ignorancia completa para conocerle.