Ana Maria Delgado

APETITOS TÍMIDOS

Sus rodillas enjutas reposan en el humedecido césped 
y sus ojos negros asechan entre sombras,
mientras en el cielo oscuro las estrellas brillan
el  arrullo melodioso de cocuyos
desde las contiguas montañas,
invitan a su amplio refugio verde.
 
Manos blancas y tibias como materna leche
vuelan ligeras como prodigiosas aves
entre las blondas de tul de su vestido rosa
y la frondosa madeja de sedosos rizos.
 
Con el nocturno sueño dormitando en su regazo,
en silencio inhala el aire atiborrado 
de fragancias gratas y sutiles,
fugadas de las jóvenes huertas de su pueblo.   
 
En sus mejillas lozanas como corolas suaves
asoma pleno el atractivo tinte
de carnosas frutas escarlatas,
y cuando sus labios rozan en delicada gracia
la finura exquisita de su dulce tez
su cuerpo se anima y su corazón se ensancha.  
 
Bordeados de flores e insondables gimoteos,  
clandestinos en la agonizante noche,
iluminados por el destello de sus ojos francos
presurosos juntan sus sonrientes bocas
y dejan mezclarse sus alientos tibios.
 
Cuando se unen sus cuerpos castos
se sacude el vasto y esponjoso lecho
cubierto por una confortable manta
de yerba, escarcha y tierra suave,
y explorando a saciedad sus rincones secretos 
rebasan el portal inmenso de sus apetitos tímidos.
 
Estancados en el borde del tiempo,  
después de volver comunes sus lenguajes diversos  
y conocer con precisión invisibles linderos,
vibrando aún por el recuerdo de la jornada venerable,
observan sus ojos astutos y prudentes 
como se hace visible la mañana
en medio de luminiscentes torbellinos,
y con mesura se dejan arropar por sus alas calurosas
capaces de desgarrar sombras y quebrar silencios reposados.
 
POR: ANA MARIA DELGADO P.