Ana Maria Delgado

Ausencia de flores

Con sus ojos fijos en la luna,

seducido por su brillo

en contacto con el frio cotidiano de la noche

cautivado por su insólita quietud 

luego de vivir una secuencia de hechos incomprensibles,

de una dantesca experiencia pintarrajeada de negro,

de una retahíla de horas, minutos, segundos trágicos y absurdos,

siente el rezago del fugaz y drástico gobierno

de un miedo inverosímil

pero innegablemente justificable.

 

Montado en el tiempo de andar rápido e incansable

aparta de su lado sin pensarlo,

raudales de pensamientos agitados

cosas tangibles, ordinarias y superficiales.

 

Ofuscado, con la mano arropando sus cabellos,

maldice al viento despiadado 

que con ferocidad ardiente

hace tambalear su figura desgarbada

y penetra  sin permiso a su íntimo terreno,

mofándose de habilidad y poderío.

 

Inquieto, en el ocaso solitario,

aspira el aire de olores novedosos

y aturdido por el cansancio desmedido,

cubre su cuerpo con sueños inconclusos,

se adormece ignorando al abandono y al olvido,

lentamente se sumerge pleno en la incertidumbre del tiempo

y va surcando pasadizos extraños y tinieblas nefastas,

buscando fomentar las ansias

de estrechar vanas ausencias e imágenes distantes.

 

 POR: ANA MARIA DELGADO P.