Rimador de tu belleza

Gracias Mamá

¡Madre! Nombre de cinco letras

escrito por la mano de Dios

¡Madre! Ángel de manos diestras

con delicada y tierna voz.

Madre que duermes a tus hijos

en viejo y rústico colchón

y ruegas al cielo con ojitos fijos

para tu hogar suma bendición.

Madre de la costa, sierra y selva

que trajinas sin desmayar

hasta que la noche te envuelva

y vuelvas cuando el alma empieza a despuntar.

Madre que en tu vientre cálido

mi cuerpecito empezó a existir

pequeño, débil y escuálido

tu amor me hiciste sentir.

Al ver la alegre luz del alba,

en mis primeros años de vida,

a tus jóvenes brazos me aferraba

y no dejabas que me faltara la comida.

Cogido de tus humildes vestidos reía

mientras conmigo tú jugabas

corrías preocupadamente cuando caía

y a besos mi llanto silenciabas.

Gracias porque no reprochaste

mi primer cero en la escuelita

con tus cabellos mis lágrimas secaste

mientras tuas manos me acariciaban mi barriguita.

con amor mis pantaloncitos cocías

de los pantalones usados de mi papá

y al verme enfermo al templo corrías

y a tus brazos yo me aferraba mamá.

Cuando necesita algo, me enseñaste

que mi confianza pusiera en Jehová

y así el camino hacia Dios me labraste,

¡Muchas gracías te doy por eso mamá!

Perdoname por todas las angustias

que le cause a tu corazón

y por todas mis palabras injustas,

llenas de acusaciones, sin razón.

Más que nadie, tú me conoces;

cuantas veces te dije que eras mala

y te hice pasar incómodas noches

en el viejo mueble de la sala.

Nunca me dejaste a fiestar asistir

nunca me dejaste estar en malas compañìas,

no querías verme en el futuro sufrir,

ahora sé porque por mi bien lo hacías.

Cuando por primera vez sufrí en el amor

me cuidaste como lo hiciste antaño

tus brazos me fortalecieron en el dolor

y me sentí como corderito en el rebaño.

Como deseaba que en esos fieros momentos

mi cuerpo, como un bebé se volviera

y así no acordarme de tan aciagos sufrimientos

que en esa etapa mi vida conociera.

En mis dolores le orábamos al Eterno,

y en mis triunfos, celebraste conmigo

y cuando llegaba el inclemente invierno

fuiste mi soporte y cálido abrigo.

Para ti siempre seré tu pequeño niño

y tú, mi madre de prudente caminar.

No has dejado de darme tu cariño,

¡yo, tampoco te dejaré de amar!