J.Marc.Sancho

RIO VINALOPO

 

 

 

 

 

Un año mas tímidamente la nieve

se ha asomado a estas tierras sedientas,

de escaso verde y polvorientas

donde el sol cuece y rara vez llueve.

 

Es en un rincón de gran belleza

de la Sierra de Mariola, sin brío,

fluye el Vinalopó, cristalino y frío

pequeño río, abrazado a la naturaleza.

 

A través de su bosque hechizado

discurre sosegado entre remansos,

y por sauces y chopos con descansos

va encajado, hasta verse liberado.

 

En el llano y por barrancos poco profundos

y en tramos donde el caudal es casi fugaz,

el matorral y el espino se hace voraz

y el verdor, amarillenta por segundos.

 

La materia orgánica es casi ausencia

por donde la aridez es extrema,

eleva especias la naturaleza suprema

y la carrasca y el palmito su presencia.

 

Son tierras de algarrobos y de higueras

de almendros, y a lo largo, su fino caudal platea,

hasta el pantano de Elche serpentea

entre carrizos, adelfas y algunas regueras.

 

Cuando alza los ojos bajo el Bimilenario,

ve como por la atalaya anda canalizada

hasta el Molino, el Agua Dulce y Salada,

que en cascada traza, su camino rutinario.

 

A la arboleda que abraza sus laderas

de eucaliptos, pinos y chopos, agrega

una afluencia de gente andariega

y la mas bella mar, de hermosas palmeras.

 

Cruzando altos puentes y pasarelas

por su firme se siente el trasiego trepidante,

del ir y venir de su gente viandante

como en un lienzo coloreado de acuarelas.

  

Desde adyacentes viviendas, una silueta primera

de hermosa y densa alameda, con pintadas

en el suelo y sobre sus recias paredes alzadas

y hasta donde la vista yerra, allí llega la palmera.

 

Asoma una torre mora por su travesía

hospedaje de Reyes, el Palacio de Altamira,

lo saluda, bendice y admira:

La Basílica de Santa María.

 

Desde el centro por Canalejas: Calendureta,

Calendura y el puente viejo que con amor lo llevan,

El Plá, El Rabal, San Juan y San José, hasta su orilla van

y desde el centro vuela un beso, que le manda La Glorieta.

 

Ya de despedida, huertos y La Teulera

hasta las afueras la vista renuevan,

y por los ojos de Borrachina elevan

el embrujo de la brisa marinera.