Miyagui yuyatsi

Carta n.1

 

 

 

 

 

 

 

Sus ojos…

Su recuerdo.

Columpiándose en los hilos en torno al destello de las farolas

regó malva escarcha

en las pupilas entreabiertas de una luna en celo.

 

 

 

Creía no estar enamorado, hasta que hice de sus ojeras verso.

Y respirando el undívago aliento de un hombre hecho niño

cubrí mis ilusiones con un sudario de reseda.

Decidido a olvidarla, olvidé todo lo que el olvido me permitió olvidar;

Pero el crepitar de las olas en mi mente,

formaban rescoldos altamente inflamables cada noche.

 

 

 

Y decidido a no creer,

Creí olvidarla…

En los cirios de miradas completamente iguales pero diferentes a la de ella.

Creí olvidarla…

En fantasmales perros que ladran en una atmosfera vitrificada de celos.

Creí olvidarla…

En mis pupilas haciendo elipsis en el espacio etílico…

Creí olvidarla…

En el medroso estado de inspiración,

que hoy resalta su nívea sombra en la penumbra de mi cuarto.

 

 

 

Mas la estación pintó el hado perfecto y

encontré sus ojos rodeados de ninfas y pierias.

Y con el lúgubre aliento de mi almohada,

 formé su mirada de estrellas marchitas por las horas muertas.

 Con el reflejo titilante de hojas envejeciendo

formé su recuerdo en la gestación del invierno a la primavera.

Y en una luna recién nacida por vía eclipse,

imaginé sus besos como epígrafe de mis poemas.

Por eso siempre diré,

Que ella tiene…

Una mirada atrapa ecos silenciosamente infinitos.

Una mirada encerrada en palabras por el escote de un precipicio.

Una mirada olvidadiza solo para el desamor amado.

Una mirada que ahora es sueño “de un para siempre no será”.

 

 

 

Así que Dios; seré franco.

¿Qué puedo hacer?, para no seguir enamorándome de una sombra.

Tú, qué dices querer mi bien.

¿Por qué no detuviste los segundos en los que mi mente escribió impulsivamente para ella?

¿Por qué no congelaste el momento en que la pensé más de dos veces seguidas?

En realidad no sé qué hacer, amado Dios.

Pues desde el momento en que la vi…

Desde ese momento espero impaciente la alborada

para que su blanca voz bañe las líneas indefinidas de mis sentidos.

Y mientras un millón de mariposas abrazan los átomos de su piel constelada,

yo espero la entornada mañana,

para sentir tu amor hacia mí, viéndola a ella.

Y conforme roza una estela pincelada de azahar el horizonte,

construyo un puente de lívidos suspiros

paralelo a la fila intermitente de luciérnagas en la calle.

Y adueñándome de su insomnio,

lleno de impalpables besos las tenues holandas

entre tú, Dios mío, y el parpadeo de sus labios cuando roza el ocaso.

¿Ahora comprendes la magnitud de lo que quiero evitar?

Detenme ahora,

Antes de perder la conciencia en el limbo de aquel  enamorado,

que solo declaró su ignoto sentir a las Náyades en lágrimas.

Antes de que la sirena que nada en mi piélago onírico crezca…

 

 

 

Pero si es tu voluntad.

Congela la fila de hormigas en el péndulo de su alma.

Y en el cierzo arrullo del pasado que es ahora futuro,

¡Cuestiónala! Cuando lea esta carta,

Pues su recuerdo…

Columpiándose en los hilos en torno al destello de las farolas

buscan los albores de mi sabana,

con una infinita caricia de un sueño,

que no sueño todavía.

Y solo con el murmullo de las estaciones

que tal vez pasaran para conectar sus trémulas pupilas con mi sentir,

juego cartas con la respuesta de esta misiva.

Y escuchando el sordo aullido del imponderable tiempo.

Divago…

 

 

 

Pero no, Dios mío.

No esperes que mis letras se marchiten en los dedos de profeta

que pintan paraísos vestales ajenos a mi pensar.

Pues,

 ni el silencio más hondo, logrará captar,

el tropel aleteo de ángel, que destila curiosidad,

cuando abrazado por sus tibias manos,

tú, arriba me preguntarás:

“¿Por qué la amas todavía?”.

 Y sonriéndote, me felicitaras.

 

 

PD: Amén.

Amén y amén por ella…