Eduardo Torres Isleño

Antártida

Hay una confusión amarrada de largo estambre,

y pedacitos de agujas como dolor sanguíneo

como adornos que titilan por el viento,

como esa verdad tuya, esa verdad que no creo

la verdad de tus labios durmiendo en algún sitio secreto

y es la verdad que no creo de todo lo que no me dices.

Porque tu cuerpo se muere en cada paso frío,

tu cintura de fría estatua me detesta,

y tu fría sangre me detesta,

¿oh que estoy haciendo con estas lentas manos tuyas?

¿que hago con esta espalda tibia de muchacha ligera,

entre mis dedos? ¿qué hago contigo si soy un caminante?

oh pero que ciencia la de tus cabellos

y que estabilidad suave tienen tus mejillas.

Mírame que en tus ojos hay cierta música

cierta guitarra oscura que no puedo tocar

hay una sombra que pareciera ser tu alma,

hay pintura contenida y círculos húmedos de magia negra,

corredores vacíos largos llenos de tenebrosa soledad,

una espesura libre como una caída de todas las luciérnagas

en los cabellos negros de todos los árboles redondos,

y cantan las ramas vivas de tenue luz de verano,

también somos de carne humana compartida,

tu juventud de poema vivo, de piel viva limpia y suave,

mujer no te necesito pero te quiero en mi desayuno,

ven, efímera, Susana, quiero tocar la guitarra que eres,

ven que este techo de tiempo es lo único que nos cuida,

que el tiempo es una pluma de tus alas,

y tus alas no son mías como no es mío el olvido,

ven pequeña, grande, hermosa, intangible, impalpable,

ven para despedirme de esta canción que cantaré

solo una vez, solo un momento, para ti,

para que de algo sirva estar extrañándote en la lejanía.