Diaz Valero Alejandro José

Los libros que no iban a la escuela 10/10

Amigos...

Hoy finaliza la historia de Arquímedes, al menos del Arquímedes de mi cuento; pero abrigo la esperanza de creer que por el mundo hay muchos Arquímedes que aún no han terminado sus historias… Historias que sin duda llegarán a feliz término empujadas por el entusiasmo y la perseverancia de esos protagonistas que entregados en cuerpo y alma se lanzan al mar de la vida, a conquistar sus sueños. Agradezco a todos quienes cada día siguieron mi historia y que de alguna manera se compenetraron emocionalmente con Arquímedes, así como con sus sueños y con su misteriosa actitud. Para todos, un abrazo.


CAPÍTULO 10. Dulce recuerdo

 

Aquella vez que Arquímedes llevó sus textos a la escuela, sus amigos se percataron que cada uno tenía un nombre distinto al de él. En lugar de decir Arquímedes Blanco, decían María Montenegro, Luís Castellanos, Carmen Rodríguez, Juan Peralta y otros tantos nombres que evidenciaban que Arquímedes no había estrenado dichos textos. Muchas veces él, desprendía la hoja delantera y colocaba su flamante nombre en la segunda hoja, para así lucir con orgullo que él era el nuevo propietario de aquellos textos.

 

Pero otras veces era imposible, pues los nombres habían sido escritos en la parte lateral donde estaban todas las hojas, lo cual imposibilitaba borrarlos, a menos que se rayaran con un marcador, y eso afeaba los libros, y a él esa situación no le gustaba.

 

Los niños en la escuela le echaban bromas llamándolo por esos distintos nombres, por esa razón Arquímedes había decidido no llevar sus textos a la escuela.

 

Demás está decir que está situación particular, no representó ningún impedimento para que Arquímedes  continuara con éxito sus estudios de primaria, continuando luego con la secundaria y posteriormente con los estudios universitarios. Al graduarse mejoró notablemente su calidad de vida y Arquímedes  hecho ya, un profesional, aunque no haya sido en Medicina como era su sueño desde niño, jamás olvidó aquellos textos que sus vecinos gustosamente le entregaban y con los cuales él pudo también estudiar a pesar de los contratiempos. En muchas ocasiones se deleitaba con esas remembranzas y al recordar ese incidente, se le hacía más dulce el recuerdo; pues aunque no llevó sus libros a la escuela, si los lleva eternamente en su alma de niño, a la escuela de la vida.

 

El recuerdo se llena de dulzura

tal como lo relata el cuento…

Cuando hay ganas de hacer lectura,

no hace falta estrenar textos.

 

FIN