XXXI
Toda la madera la queme en nuestro amor.
Toda palabra amorosa paso por nuestras mandíbulas.
Todo barrote fue derretido.
Las galerías se encendieron a nuestro paso.
Fue nuestro el ruido del oleaje del mar.
El aroma del amanecer fue la palabra viva + allá.
Fue el árbol ingenuo + allá y dio sombra.
Masticamos cada palabra suelta
hasta que uno se convirtió en polvo.
XXXII
Mientras el espacio esparcido se multiplica
el tiempo dobla concéntricamente.
Hablo sigo hablando,
escondo el resto de mi sombra
dentro de la estética del silencio.
Hasta que sobre el eco.
Hasta que dilapide el íntimo grito ritual tendré vida.
Los navíos hacen señas en los caminos quebrados;
en lo alto un destornillador quita los tornillos
que sostienen este cuadro desolador y amanece.
Hola árbol sientes mi espalda?
Pues yo no siento la brisa que mueven tus hojas.
A fondo una raíz tramita el pedido capilar
de tomar la humedad de donde sea.
Acostumbrándome a vivir en este tronco solitario
las palabras son descubiertas
ella aprieta, ella sostiene mi epitafio.
Acostumbrándome a vivir ahogado en el camino de las señas.
XXXIII
El tiempo rasa
la esquiva figura sometida.
¿Quien tendrá la certeza
de que sabor será la primera estrella
que sale a poniente del día posterior a mi partida?
Tuve una escasa vida y una larga lista de recuerdos.
Tuve amor y urgencias que desatendí.
Tuve la certeza que fui poesía…