Oscar Perez

RĂ©quiem para mi madre

Réquiem para mi madre

 

Mátame, madre, pero tú no mueras,

dúrame si no estoy, cuando te falte,

cuando me vuelva ausente en tus esperas,

quédate aquí, ya vuelvo, ya te beso,

pero tú por favor, tú no te mueras.

Puedo morirme yo, nadie me ha amado,

excepto tú en estío y primaveras,

en el otoño al sol de mis lagartos,

en este invierno frío en mis aceras,

pero morirte tú, no, no posible,

sin muro no han de haber enredaderas,

sin ríos como yo llenarte es fácil,

sin mares como tú ya no hay riberas,

ni techo en que colgar el firmamento,

ni mesa en que poner las sementeras.

Por eso vives, madre, en mis asuntos,

pegada a mis zapatos y escaleras,

perenne en mis zarpazos y equinoccios,

alegre entre mis flores verdaderas.

Por eso no es morir un argumento,

después de tanta luz en tus caderas,

después de tanto amor entre tus brazos,

después de darte a mi sin más fronteras,

sin nunca prevenirme de no verte,

que es como no tener ya cordilleras,

sin nunca predecir un abandono,

que es como un clavo dar a esas maderas,

sin nunca hacerme ver que todo acaba,

como quien lanza a un hijo entre las fieras.

Por eso has de vivir, si ya te tengo

prendida en el portal de las quimeras,

sembrada en el balcón del infinito,

eterna en la estación de mis trincheras.

Tú vive y vivirás, tú siempre canta,

recuerda que has de estar en mis maneras,

en mi alto proceder de savia y rosas,

en la hosca condición de mis ojeras,

en fruto, en escuadrón, en laberinto,

en todas mis canciones madereras,

recuerda que por ti vivo y barrunto

y a las cosas las dimos por viajeras,

por libres, por amadas, por hirsutas,

por don en su estación de pasajeras,

recuerda que es tu amor el atributo

que trajo mi visión a estas hogueras,

se queman, madre, nombres y episodios,

pero en ti se alumbraron sus tijeras,

esas que dan sentido a lo que somos

y al oro que quedó en las cabelleras,

esas que cortan fiebres y silencios

y avientan las corazas traicioneras.

Por eso, por todo eso y lo que cabe

tan sólo en las palabras más sinceras,

te pido, yo lo pido, necesito,

mi madre, buena madre, que no mueras,

me muero yo sin ti porque tu sangre

no puede ya latir sin que la vieras,

lo siento, no permito que te ausentes,

te quiero madre y quiero que me quieras

hasta ese día en que partamos juntos,

en que volvamos todos a las eras,

y en un beso callado me preguntes

si soy feliz de nuevo en tus esteras.

Que sí, diré que sí, madre, pues te amo,

como en tu casa vieja y sus higueras,

como en este llamado en que improviso

 la dicha de un amor que no superas,

y encargo lo que encargo por tenerte,

mi madre, hasta en mis voces más postreras.

Tu beso es pues mi cura y lo preciso

como el sol de la altura a sus cimeras,

mi amor es pues tu amor, madre, te espero,

no muero si no mueres, bien supieras,

por eso es este abrazo en que te llamo

feliz de ser yo el hijo que quisieras,

y este dolor que alegra mi circuito

por darte aquella paz que ya tuvieras,

la nuestra de marchar como aprendimos

de ti hasta aquella noches venideras

de paz, de libertad, de dormir juntos,

por siempre, madre, al fin y en tus polleras.

 

02 06 12