Carlos Alcaraz

Principita

 

 

Clemence amaba meterse en mi cabeza,

quedarse todo el día,

sonreir de un lado para el otro.

Su risa resonaba como un eco

en todas las paredes que hubiera preferido

nunca construir.

Yo le daba libertad de marcharse cuando quisiera,

yo la quería libre,

tan libre como la conocí,

tan libre como, estoy seguro,

la recordaré siempre.

Ella correspondía con un amor eterno,

de ese brillante, atemporal,

de esos que iluminan.

Creo que ese brillo podía verse en mi mirada.

Mis ojos, como ventanas,

no podían ocultarle a la gente

que yo estaba enamorado.

Clemence no se marchaba nunca,

y yo era como un niño descubriendo el mundo

tan sólo de saberla ahí, conmigo.

 

 

Carlos Alcaraz

5/05/12