Jayme

La amante de la noche (III)

Algunos pisaron el palito, sacándose camisa y pantalón. La cosa empezó a subir de tono con la música, que encendía aún más los libidinosos ánimos. Como buen sobreviviente comprendí que era hora de salir huyendo. Muy pronto una patrulla hizo sonar su sirena y destelló el rojo de sus balizas anunciando que el gueveo debía terminar. Pero no fue fácil, la fiesta bullendo como caldo caliente fue detenida ante el corte de la energía eléctrica, solo entonces pudo parar la orgía, que en todo caso no fue orgía en realidad. Mirando desde afuera podía ver salir algunos participantes mascullando su descontento, se llevaron detenidos a un par por desacato y maltrato de obra. Rápidamente, la entrada se llenó produciéndose una desordenada masa humana, en el forcejeo sentí unos brazos rodearme la cintura tirándome fuertemente hacia afuera del tumulto, debajo de una casaca negra Cristina con el pelo tomado dijo tranquila.
— ¡Vamos mijito,... aquí quedó la cagá!
Caminamos abrazados como tórtolos hacia la costanera. Esta mujer se las sabía todas, se había dado maña para sacar escondida una botella de pisco. Luego, sentados junto al río la bebimos sorbo a sorbo contemplando el oleaje manso que peinaba las algas de largas trenzas. El frescor de la noche se hizo cálido a fuerza del licor, conversamos y nos reímos de la cara de los tipos de la discoteque, partiendo por el dueño, los mozos, los guardias, todos habían pasado un momento inolvidable en esta apagada ciudad.
— ¡Esta es mi vida!... ¡Darle vida a los hombres!
Exclamó mirando extraviada la rivera ya tímidamente iluminada por el amanecer. En ese momento pude apreciar quién era en realidad, su tristeza y su alegría. Recordó llorando a su hijo que vivía lejos de ella, y al momento siguiente se reía que daba envidia. Tenía una fuerza impresionante, plasmada a cada instante en todo lo que hacía. Se daba tiempo para aconsejarme respecto de la vida, de cómo vestirme, de cómo llegar a los demás. Aprendí buenas cosas de Cristina, principalmente porque no venían de un ejemplo de mujer, su sencilla e innata filosofía venía de la vulgaridad, allí dónde la subsistencia tiene despiadadas reglas.

Después de esa disparatada noche desapareció sin dejar rastro. Nadie, ni siquiera sus compañeras de El Dorado sabían donde fue a parar. Se habrá ido a otra ciudad quizás: pensé positivamente como era ella. No obstante entendí su silenciosa partida, no fue secreta por ocultarse u ocultar algo, simplemente no ocupaba espacio en este mundo, su sola presencia decía quien era, el lápiz labial exagerado y el olor a cabaret enterrado en su cuerpo no saldrían ya jamás, así tampoco aquella extraña esperanza reflejada en su semblante agradecido, o, acaso, resignado.

Sin más destino que vivir... y dar vida.


"Nunca te juntes con alguien que no conozcas muy bien en una casa de putas,
menos con cualquiera,... y si lo hicieres, agárrate de un buen salvavidas"