Oscar Perez

La balada del otoño

La balada del otoño

 

Otoño de metales, de acerías,

del óxido que cae desde la torre y sus raíces,

del niño que envejece –ese es el precio de estar triste-,

de las calles que, vacías, ceden paso a la hojarasca,

cargas, mueles, acomodas tu sepelio

y, como quien lanza dados, vas y repartes tu tesoro,

tus dientes amarillos, tus monedas arrugadas,

y que los dedos ya con frío no recogen de tus labios.

Otoño soñador, te esperan las estrellas,

la casa y su lugar junto a la estufa de los viejos,

la taza y su platón de pan recién tostado,

la lluvia con sus trenzas de tristezas mal lavadas.

En plena plaza estoy, dice tu estatua transparente,

en pleno vuelo voy, cantan las viejas golondrinas.

Y caerás como la noche, quebrándote los dientes

y dejando en los charcos las esquirlas de tus huesos,

el frío envolverá con su bufanda inversa

las esquinas del amor, los cuerpos sin deseo

y el largo porvenir de una mañana que tirita.

Otoño cazador de pájaros enfermos,

de bolsillos rotos en la alforja de los árboles,

de pirámides de hojas descascaradas por el viento,

de tierra húmeda y fría como una entrepiernas tras el acto,

del color del limón son tus pezones y tus ancas,

del cordel de las tardes cuelgas nubes amarillas

y gotea  hasta la tierra la suciedad de sus recuerdos.

Por eso los paraguas se abren antes que el olvido,

por eso te miramos cuando ruedas tras el vidrio,

como si sólo allí, por fuera, fríamente

la eternidad llorara por cada uno de nosotros.

 

12 05 12