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Tejido de seda

 

 

Pendientes del barniz, de tus aceites,

las maderas resquebrajadas crujían.

 A expensas de tu respiración,

de tu proximidad y atención,

paredes, ventanas y puertas

esperaban a tu lado sanar,

cuando dormitando inhalaban sopor,

presas de abulia, medio se morían.

 

 

***   ***   ***

 

 

Los ruidos cayeron exhaustos,

su carbón se sostuvo

en un invisible difuminado.

Sonó la música porque tú llegaste.

Marcaste el orden en los estantes,

y hasta resolviste misterios que me pertocan,

para mi desconocidos,

que simulando se camuflaban aparentando estar alejados.

Llenaste mi alacena amueblando cada sentido,

de inutilidades me despojaste.

Ahora recorro los tramos del viaje como un soplo despierto,

no desperdicio la fortaleza habida en todo instante.

Ni un cielo pacifico y claro,

ni aquellos restos que se mecen sobre las aguas

en y tras la voragine del naufragio.

A tu lado me dejo llevar por el aprendizaje.

 

 

Las madreselvas desenredaste

y acomodas las hiedras quitando,

la confusión teñida de soledad que las mal liaba.

Se esfuman olores fríos,

alilados de azul caduco que malvestian:

frágiles fibras resecas y rotas,

la nostalgia que pare faltas,

y el llanto amargo regalo de penas,

que agota el reposo existente

en y alrededor de la pérgola.

 

 

Esbeltos crecen los lirios

porque al mirarlos los mimas.

Florecen amplias hortensias,

al recibir el abono

de tu querer con saliva.

Convergen cenicientos rosaceos

con rojos aterciopelados,

supersticiosos amarillos se desentienden

de grima que causa fobia

tras el telón de teatros.

Y blancos narcisos alfombran

los marrones desvencijados,

del jardín son tapiz,

dejan de verse con la egolatría,

dejan de estar absortos,

lejos del resto, ensimismados.

 

 

Adornos fijaste, filamentos de un brillo extasiante,

polvo de oro que cubre hondos surcos

y agujeros heridos, maltrechos,

oro aquel, cual es el polvo del mismo hombre,

que proteje mientras dulcifica la marquesina.

Labraste con tu cincel flechas y corazones,

cuales repartiste dándole forma al edén,

los distribuiste estampando valiosa solera,

por los espacios de nuestro porche.

 

 

Para que cualquier visitante sepa del gozo,

que aquí, en este hogar habita.

De la lealtad que puede aguardar:

ya sea en la viva muerte,

como en los instantes de duelo habidos,

como contraste, en toda vida.

 

 

No falte salir desde el alma,

el agradecimiento que salta

de mejilla en mejilla.

Que adopta las maneras de un beso,

y contempla el gesto del recibimiento

dando sincero la bienvenida.

 

 

Pulcro el vestibulo.

Inmaculado cobija abrazos y saludos; y como no...sonrisas.

Y es así: por la decisión que tuvo al deslizarse tu pincel,

untado con la solvencia que dan las buenas intenciones.

 

 

Rejuntaste hábilmente las baldosas,

restauraste los mosaicos,

y ahora relucen cerca de la fuente,

expresan comprensibles,

del mosaico sus grafismos, parlanchines los trazos.

Complementan los trazos y llegan a completar

la urdimbre de cestos y sillas, los trenzados.

Del mimbre que se posiciona

junto a la flor de los claveles y geranios,

dándole forma al bodegón que se enmarca

en cada uno de los ángulos,

de los rincones -todos- salubres del patio.

 

 

Trazos que cuentan acerca de húmedos labios unidos

-uno del otro velando-

Relatan sobre esas manos que se estrechan,

confiando, alejadas de temores.

De la compañía que dispone del habla

aunque se ciernan silencios o la intemperie inclemente

cierre el trinar de albores.

 

 

Recubriste con tu arte sucias paredes,

blanqueaste sujeta a suspiros que excitan,

la mugre grasienta expoliaste.

Reparaste la descolgada cal que gemía,

de grieta ensanchada cual concha o caracola de mar

pareciendo al punto de caer vencida hasta yacer;

sobre el suelo ¡moribunda!

 

 

 

318-omu G.S. (BCN-2012)