bernardo cortes vicencio

NO HAY MÁS QUE UNA ESFINGE ROTA

 

 

¿Qué piedra convirtió en silencio tu camino?

¿que termita hizo polvo mis ecos?

¿en qué sucio clavo tatuaste la pared de mis labios?

 

Y en la calle no hubo escaparates ni puertas ni ventanas

que agite esta tristeza infinita de sombra monótona: rebaño ambulante del insecto

me dejaste  el rescoldo pálido de esta oración fría sobre el pantano de mi boca.

 

Ya el otoño sepulta la  muda orilla de mi rostro

la estrofa que busca un minuto  de tu gesto

el acento de la música, la estrofa que me duele.

 

Y te busco en el pretexto azul que se arremolina en los vientos

en la ventisca de los  versos

 en cada himno fiel que se hunde en la epidermis de los pensamientos.

 

“solo y tan triste estoy como un viejo piano. . .”

“. . .y espero preguntándome si un ángel contempla mi destino.”

 

 

Y esa melodía cayendo en fiesta caliza al abrir el cuarzo amarillo de mi libro

y tu nombre en éxtasis que pasa como un retazo de aire en la hoja

y me estremece el oído inmóvil, la canción relativa sobre el pasamanos de mi piel.

 

Y mi piel llora hasta hacer un espacio de voz

y tu voz se arremolina en el espejo en que no me veo

desde el fondo de la rampa cuando bebo una taza de café.

 

El vigilante dócil en que reposa la hora de su muchedumbre

la estatua que respira dando minuto en su remo indiscreto  

un bicho más disparando una nota fija en su peldaño.

 

 La  señal intrusa que se escapa haciéndose  nudo sobre el hilo de la araña.

 

Estoy sobre la meseta de un suelo diferente

la vértebra de este cuadro subterráneo en que balbuceo

cohabito  en la ´sílaba que miro haciendo una pausa

en que susurra la esbelta mentira en que acodo el balcón

                                                                                          de mi cuerpo

                                                                       para añadir un tablero de movimientos

                                               la terca repisa en que descubro tu imagen.

 

Rotación de estaño en la nuca de mi sombra

que resbala lentamente en un cuajo-nudo

borbotón y sollozo sobre esta nube blancuzca

                                                    de zumo agrio en la mejilla. 

 

Y esa estela se manifiesta en su estertor lívido

no hay más que una esfinge rota

y una palabra que se pudre . . .

 

En la sala hay un pez en la vitrina

 nave de espuma y temblor de comida. . .  

 

Bernardo Cortés Vicencio 

Papantla, Ver.