Diaz Valero Alejandro José

La niña que no podía ver las estrellas (8/10)

CAPÍTULO 8. La primera Estrella

 

El tiempo fue pasando y ya Luz Marina, no era la misma niña; había comenzado a recibir la visita de la primavera y su cuerpo se preparaba para la entrada triunfal a la adolescencia, donde seguramente ver estrellas se le hiciera más necesario.

 

“Para ser bella, hay que ver estrellas” era un adagio muy difundido en boca de las madres y abuelas del pueblo, y ella, aunque no lo entendía muy bien, se aferró a esa sabia sentencia para de una vez por todas volverse bella y de esa manera poder ver estrellas.

 

Ella se peinaba con mucha delicadeza y ensayaba en el espejo la mejor de sus sonrisas, y se colocaba accesorios femeninos que resaltaran lo bello de su edad. Las pulseras adornaban sus muñecas  y los zarcillos lucían en su rostro y daban una frescura natural a su apariencia. La sencillez y espontaneidad comenzaron a regir sus conductas sociales,. Sin duda, Luz Marina comenzaba a disfrutar el don de la belleza.

 

Ella en su adolescencia pudo comprender que para ver las estrellas hacía falta transparencia, pues la contaminación de una atmosfera existencial, con ansiedades, prepotencias, rabias, envidias e indiferencias poco a poco se convertían en obstáculos que le impedían ver las estrellas. 

 

Esa noche se acostó a dormir sin pensar en las estrellas, de pronto cuando ya iba a quedarse dormida, vio por la abierta ventana de su habitación, una estrella gigantesca que atravesaba  el cielo… Era una estrella fugaz, pero ella no lo sabía, porque como no conocía las estrellas mucho menos podría diferenciarlas.

 

Creyendo que era un nuevo sueño, no le dio importancia al suceso y se quedo dormida.

 

Al día siguiente recordó con alegría que la estrella que había visto había sido verdad. ¡No fue un sueño! ¡No fue un sueño! Se repetía una y otra vez… Al fin pude ver una estrella, al menos una… Ya puedo ver estrellas, se dijo mientras se preparaba para ir a la escuela.

 

No quiso tampoco contar esta experiencia con sus amigos, porque seguramente ellos habrán visto no solo a la estrella que ella vio, sino que seguramente vieron también las otras, y entonces ella no tendría nada más que contar. Por eso calló su historia, aunque se moría de las ganas de poder compartirla con todos sus amigos, hasta con la maestra.

 

 

Imaginarlo no fue capaz

pero la vida no es tan mala

le dejó una estrella fugaz

enmarcando su ventana.

 

Continuará...