Abel Niquinga Ruiz

...es el momento...

...es el momento...

 

 ...acabas de provocar nuevas letras...

...de boca en boca viene la inspiración...

...sobre mi playa...

 

...desde la tierra infinita del sol…

...asfixia una tormenta la ansiedad de la voz entre las rocas...

...esa mano que cuida los secretos del mantel...

...esa sombra de los cabellos en la piel...

...ese andar en la imaginación de las ropas...

 

...un barco llega al sueño de tus manos...

...desciende un pétalo de caricias por el borde de un pañuelo...

…ahí se hallan deleites con “arbustos” que no mienten…

 

...huyó la luna con el beso de la barca entre las montañas...

...la marea de un vestido esconde pecados heridos...

...ríen las campanas del ocaso sobre la boca de la tierra...

...las huellas de sus deseos toman mis manos de invierno...

 

...la calle de media luna recoge en su alma los pasos heridos...

…a solas jadea su pecho por el sudor que calcina su lecho…

...musita el olvido de un sendero los anhelos desperdiciados en la alcoba...

...un sombrero es elegido para callar un gemido en el río...

 

...la textura de la imagen del alma...

…hurga en su pecho alguna sombra…

…cuando el viento eleva su paseo más arriba de la cordura…

 

…tarde de luna llena de marzo…

…ella moldea la fantasía con el movimiento de sus honduras…

…así enseña a su piel que el olvido es un mar cantinero…

…para despertar la luz en el corazón de un ruiseñor…

 

…fugitivo pañuelo se desprende de su cuello…

…descargada de caricias se esconde la tarde en los tejados…

…locura es el barrio añejo cuando ella no cierra la puerta…

…gatea silente la noche sobre la rivera de su vientre…

 

…antes que llegue la lumbre de la montaña, mira…

…quien corre entre sus cabellos con la promesa de amar…

…hurga en sus huellas esa “cabalgata” turbada de celos…

…añejos “frotes” sobre el verso de su tejido…

…entre las montañas descansa el grito del río…

 

…no juega a las escondidas entre las hojas…

…hay un recuerdo que salta sobre el ruido de una rivera…

…llora ese pecado ante los “tropiezos” de su falda…

…sin molestia deja rondar como libreto de sus tacones…

 

…toma de la mano a una ilusión…

…que pronuncie aquel nombre como una promesa...

…imagina que calza su perfil en el espejo de la ventana…

…se descubre a solas entre las rosas…

…un piano de estrellas toca la voz del alba…

 

Abel Niquinga Ruiz

8 marzo 2012                       07h31