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Rosas y cardos

 

Reconozco la importancia moral en la que libremente se escoje;

no en aquella que, por primar conveniencias,

alguien camuflado bajo el respeto,

disfrazado y con el poder de un cargo,

venga a imponernos; nos dicte.

 

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¿Merecen valerse de tu nombre

 los puños fieros que aplastan?

¿O esconderse tras de él

las corruptas manos con manchas?

Las que cometen atrocidades,

violan los derechos humanos,

llenan sus bolsas mediante el dolor ajeno,

no respetan ni a sus hijos, ni a su madre,

y reparten curas que son veneno.

E incluso esas otras que lo aceptan cuando callan

y sucias santiguan, absuelven,

a aquellos mismos que maltratan.

Que cobardes se protegen y afianzan

dentro de la preciosidad de mosaicos,

en el valor de antiguedades que como lienzos

pretenden encubran sus miserias.

O con la finura estrecha al oro,

del cual se jactan entre ornamentas,

enjabonándose dentro de basílicas que son palacios

y donde vestidos de irónicas inmaculadas sotanas

con la santificación se pavonean.

 

 

Quién diera vinagre al sediento

y esperara oir su canto...

sería como un marinero en desierto

buscándole un mar a su barco.

 

 

¿Deben teñirse de sangre cultivos,

blandiéndote como absoluta razón,

o puede aferrarse el delirio a tu nombre,

delirio que abastece al terror suficiente,

como para arrasar importantes razones,

la efectividad de diversidad de credos

aplastándonos con pesados símbolos.

Y así; separarnos del influjo de constelaciones,

de las sapiencias científicas, astronómicas,

al hacerle creer a cualquier individuo, al gentío,

qué es o puede llegar a ser el epicentro,

la razón del cielo y su movimiento.

Instigándole a situarse sobre un pendiente,

como eje del mismo, insustituible,

como piedra preciosa,

engarzado al desdén que implica creerse en la perfección.

Prepotentemente intocable,

no como uva en racimo,

si como vid, como motor del flujo divino?

 

 

Quién utilice sólo el hierro,

empuñándole como mandoble de espada,

como cañón rujiendo en ataque,

o como disparo de bala;

se olvidó de aquel fructífero y bondadoso herrero,

el cual fue herrero:

para calzar caballos,

para forjar llaves que abrieran y jamás cerraran.

Que le brindó a la cocina cazuelas, sartenes,

cubiertos a la mesa,

sillas que resistieran la intemperie al jardín,

un mundo de utilidades que beneficien,

no la nociva e inexperta destructiva inexpresión

el lenguaje que entrañan las armas.

 

 

¿Tiene que servirse el hombre

de la desigualdad existente de fuerzas?

Y contradictoriamente,

los que aquí dicen ser fieles a tu supuesta voluntad,

que aquí dicen llevar la salvaguarda de tu nombre,

proseguir permitiendo, al cerrar su boca y girar la cara,

omitiendo tantas dolorosas muecas que pasan;

y quebrantando a su propia oración justificar,

la vigencia del esclavizaje y la tortura,

como casi aplaudir maléficas acciones y propositos,

delitos cometidos que,

le confieren continuidad a la violación desde la infancia.

De aquel niño que se educa

en la eterna precariedad y su primaria

está hecha de desperdicios y enfermedad,

que frágil sube desnutrido, necesitado;

y que invisible para ese resto insensible,

ese resto mudo, descreído y sordo,

sufre subiendo una cuesta, descalzo cargando,

el mismo carbón que sus pulmones desnutre.

 

 

 

318-omu G.S. (BCN-2012)