Fernando Curiman

Orden y patria.

-Vienen por ahí huevón
-¡Los pacos loco, los pacos!
-¡A dar cara conchemimare!.

Se bajan cuatro o cinco"tortugas ninja" desde la micro verde. Con sus cascos y trajes de veinte kilos. Blindados hasta el cogote con nuestros impuestos. Se bajaron sulfúricos con esa huevada que no sé como se llama. Una mezcla entre bazuca y escopeta, que dispara lacrimógenas.Y... ¡Clank! ¡Clank! Suena estrepitoso el aullar de sus tiros al aire.

Sus caras rojas y grandes como cabeza de chancho, con esos dientes amarillentos, brillando bajo la luz tenue que disparaba nuestra barricada, se lanzaban contra nosotros.
-¡Ulises huevón corre!
-¡Vamo, vamo, vamo!
-¡Doblemos acá!

Y nos introdujimos a través de un pasaje, donde el olor a lacrimógena se hizo notar con fuerza, y ya llegaban detrás de nosotros los "guardianes del orden". Nos escondimos tras un auto donde una muchacha se quejaba de haber sido herida por una lacrimogena. Nosotros la resguardamos y revisamos su pierna con un ojo en su herida y el otro en la esquina por si venían aquellos verdosos animales. Corriendo llegaron, al parecer,  una tropa de conocidos de ella y la llevaron casi a rastras por la calle.

El químico expulsado por las bombas lacrimógenas era más fuerte que en otras ocasiones. En un momento creí que iba a vomitar. Los ojos y la nariz se me humedecieron terriblemente, con un ardor de tortura. Yo creo que el octavo infierno que Dante hubiese hecho, habría sido un círculo lleno de carabineros enardecidos con munición infinita.

En el paradero de micros había una señora con un hombre y al parecer sus dos hijas. Iban cargados de muchas bolsas pesadas. Ellos trataban de escapar ante aquel enfermizo desastre químico en el aire. Las niñas corrían tosiendo y con los ojos llorosos, apenas podían respirar.

Al ver esto y sin pensarlo dos veces, fui hacia ellos y tomé a una de las niñas. Le dije a la señora que yo le ayudaba a escapar del gas, y casi sin esperar respuesta corrí con la niña. La señora  iba atrás aguantando el tóxico ambiente mientras yo corrí con la niña hacia un lugar más o menos alejado del picantoso aire.
-Ya, ya. Pasó, pasó.- Le decía mientras sobaba su espalda. La niña me miraba con ojos de huevo frito y mientras más nos alejábamos dejaba de toser.

Comencé a tocar el timbre y gritar hacia una casa en busca de limones, que como bien se sabe ayudan a contrarrestar un poco el efecto de ardor en las vías respiratorias. En esto llegaron exhaustos los padres de la niña y me agradecieron. Un anciano sin polera salió de la casa y los convidó a pasar. Yo me despedí y seguí arrancando pues andaba con la cara descubierta, bien pudieron identificarme cuando estaba allí entre las barricadas.



Historia 100% real, así se vive la represión aquí en Chile.


-Fernando Curimán