Frank Carlos

Obrero

Hoy descubrí por vez primera la falacia

la desatinada mentira disfrazada de cotidiano

hoy, cuando recogí del suelo la vergüenza

y me la puse por sobre la ropa empapada de sudor

del laborioso esfuerzo que me alimenta

para encumbrarme en este empleo de todos los días

en este empeño a que nos fuerza el destino

todas las veces que queremos

que anhelamos, que soñamos

con ese irracional hechizo esquizofrénico

que se llama dinero.

Hoy me percaté que era verdad

me vestí de hombre, de obrero, de esclavo

de las propias mentiras que me dije

sin pensar, sin rumiar esta idea indescifrable

aquella vez, en otro sitio, donde inanimada

era el material de estudio predilecto de los políticos.

Hoy me percato de que la plusvalía

es un instrumento más vejador, elástico

y conveniente para muchos,

¿porque no hacerla mía alguna vez?

La moral se revienta contra el piso

y los sesos en la hojarasca se disfrazan

como el humus en el páramo,

donde nadie lo ve, ni lo cuestiona

ni lo encumbra y arroja luz sobre los guijarros

porque eso somos, la materia prima

para los guijarros y para el oro y el lustre

y la lujuria en una ciudad iluminada, majestuosa

llena de patrones como este

donde con cada gota de sudor

se fabrica un oro impúdico.

Por eso me levanto y recojo con decoro

las trizas de mi vergüenza

los ascos de mi moral de otro lugar

lejano, taciturno, innombrable

ahora que no lo necesito

atisbo a percatarme de algunas bonanzas

plebeyas llegan a mi

y me guardo de quejarme

que es de estériles y de lacayos

por eso callo y miro el amanecer

y regreso a este lugar

cada día a envilecer

esta ciudad, otros bolsillos

mientras el sudor que me baña

me acerca más a un hombre normal.