Carlos Fernando

Venga tu reino

 

Alguien enloquece

y sin razón abre fuego

lanzando sus mensajes

de muerte,

y mata porque sí,

¿y por qué no?

Qué hay rescatable

en su vida

o de valor entre

lo que posee.

¿Qué puede perder?

Si con fortuna pudiera

resultar muerto

también.

Y mueren dos,

y caen otros seis.

Y nadie llora.

Los noticieros le dedican

más tiempo al aire,

A la más reciente

frivolidad de Paris Hilton,

o el más reciente

adulterio

de alguna diva del celuloide.

Y así se disipan

los personajes

del drama verdadero,

como fantasmas

que hubieran sido.

Como muertos vivientes

que son todos.

 

Silban los misiles

y estallan arrancando

con violencia brazos o piernas,

mutilando los cuerpos

y derramando sangre

mezclada con mortero

y varillas retorcidas.

Humo y polvo azufre

y hedor de muerte.

Y unos ojos mortecinos

me miran no se desde cuándo

y me indican que la vida

se les escapa detrás

de la sangre derramada.

Miro tropas regulares

marchando en un desierto

en columna de dos.

 Y aviones y venganza

y destrucción y fuego.

Odio fratricida

que aun las fieras

dan muestras de matar

sus víctimas con mayor

compasión con que

los hombres matan.

Y las fieras es por hambre,

los hombres por qué.

¿Y porqué no?  

 

La codicia esconde

las vituallas y saca

a orear el hambre,

azota las espaldas

del esclavo y provoca

con extraños apetitos

el ego de los hombres,

corrompe lo que toca

sin distinguir edad

o si es mujer,

ni respetar prosapia,

oficio seglar

o vocación de santo.

Se mueve usufructuando

privilegios según escalafón

del cual se trate.

Unta las manos de veneno

con cohecho o prebenda

licenciosa, hurta, usurpa,

pisotea. Abusa del poder

y la confianza. Entretanto

sus víctimas finales

sucumben en medio

de la peste, y de la hambruna.

Cuerpos exiguos que móviles

apenas ensayan su apariencia

de esqueleto, para cuando

al fin estén muertos.

 

A punto de llorar,

de dolor y de impotencia,

decepcionado y triste,

por la gente, por los que

viendo no ven, ni les preocupa.

Por los que oyendo

no oyen ni se enteran,

levanto mi rostro y como

el salmista digo: Alzo mis ojos

a los montes, de donde vendrá

mi ayuda. Y luego clamo:

Venga tu reino, ven a poner

fin a la injusticia, a vengar

la sangre de inocentes, 

trayendo el salario del impío,

y el aventador en tu diestra.

Y tú me respondes ¡Espera!

Aun no está maduro

el trigo para la siega.