Elisabeth Gómez Rascón

De la belleza de los acuarios

Confiesa que mordiste todo el aire que salía por la ventana,

que rompes las costillas de nuestras palabras y nos tapas la boca.

Vagabundo de consciencia artificial

tú, incendias papeleras de cadáveres para darle calor a tus manos

porque te dilatas cada noche en un espacio de sol desnudo.

No te importa que nuestra piel ya no presuma su vino tinto,

que nuestras casas no sean mas que un planeta muerto y seco

porque tú guardas un pequeño acuario con los difuntos sumergidos

y ahora sus ojos no se mojan con el agua de las corrientes naturales.

Hace tiempo que ha empezado el funeral de las torpezas y tú no te escondes,

deshonras a los salvajes de las fronteras que cargan otra vez sus armas

de fogueo para iniciar una guerra inherente a nuestra estúpida condición.

Amarran caballos, se divorcian de las cosas mas bonitas de este lugar...

Yo no defiendo todo aquello que hace llorar a las luciérnagas de papel

ni quiero arrancarle los dientes a ningún lobo del alba,

sólo soy un pez extranjero con los ojos cuajados por tantas flores muertas

y confieso que tus olvidos son legañas que se enganchan a esta poesía funesta.