Romanticologo

DULCE SABOR A VAINILLA

Vainilla, cintura blanca, cabello pardo y voz de niña, besos inspirados en la función de una tarde de Febrero y el dulce sabor de tus labios que dejaron los encuentros a solas.

 

Vainilla, el color que da tu mirada a la mía, cuándo posabas la vista en mis ojos que se perdían ante tu belleza infinita.

 

Vainilla, es tu cuerpo un poco pálido, y la caricia que me dormía, el momento extinguido de las visitas de niño, vainilla.

 

Vainilla, el recuerdo que dejó tu amor a mi alma y el deseo de algún día volver a dormir en tu pecho de vainilla.

 

Sentarme a tu lado nuevamente y abrazarte mirando el roble que daba un lunar de sombra a la cercanía.

 

Morder tu cuello y reír contigo mientras jugábamos como niños que éramos, tomando un helado y jurando amor eterno.

 

Vainilla, el frenesí liberado, que era novato pero era maestro porque encendía las ganas y la pasión aferrada a un sueño de por siempre estar juntos y la creencia que era perfecto.

 

Vainilla, la primera imagen que salía de mi mente cuando despertaba que era tu cara, y tu cuerpo desnudo que me posaba en un sillón que te sostenía las ansias de devorarme en la cama y sentir estar a tu lado porque vivía una ilusión que era cierta.

 

Vainilla, las lágrimas derramadas en tu olvido, la esencia que quedó grabada en mis sentidos, y el retrato de tu rostro que impedía amar a otra mujer porque era a ti a quién quería.

 

Vainilla, es tu seudónimo pequeña niña, tu complejo que dejó tambaleante a mi sueño vuelto efímero en la distancia que ha dejado tu ausencia, y las ganas de volver a amarte aunque sea en secreto, porque aunque ahora eres mi amiga, vainilla, yo sigo esperando que reviva el momento en dónde se encuentren miradas y el roce de  mejillas para luego besarte y darte un abrazo que recupere los años vividos sin tu sabor a vainilla.