emonroy

CUENTO. UNA LARGA NOCHE


ERNESTO MONROY GONZÁLEZ


Hola chino, estas jugando al Policía?  Si señor, para ser como usted, le respondía en aquella época, cuando entre juegos e incertidumbres conocí a los visitantes de mi casa. Gritaba entonces con ingenuidad, ¡Má, llegó la Justicia!... y con el afán de una joven angustiada salía con voz entrecortada expresando su tenebroso saludo. Mis juegos a solas con un palo parecido a un carrito seguían su normal desarrollo. ¿Agente, me presta su pistola?, un no rotundo y con voz de mando cortaba el viento. ¿Agente, me monta a tun tun?, nuevamente la cortante expresión laceraba el silencio, ¡NO!. Sin entender porque no jugaba conmigo, seguía en mi rutina de niño. ¿Agente, me regala una moneda?... Esta vez con mayor expresividad pero con la misma contundencia se alargó su manifestación. ¡Que cosa con usted, no me moleste más!. Aun sin entender y cada vez con más preguntas, seguía insistiendo en encontrar a la justicia para que me prestara atención y compartiera un ratico conmigo. De repente; un brinco de mi parte a las largas piernas del Agente cubiertas con sus botas.  ¡Chino!; porque no se va a dormir en vez de estar cansando tanto?  En medio de todo, pensé que su interés en mi era realmente que descansara y entre la misma incertidumbre, Má, me abrió la sábana en una vieja cuna dentro de ese mismo estrecho, frio y mal oliente cuarto para que me durmiera.  No hubo juego, no hubo tun tun, no hubo moneda, es decir no encontré lo que quería y menos al que conocía como la justicia.


Ella jadeaba como si le doliera algo, la verdad es que no comprendía esos extraños sonidos que se escuchaban en la habitación, más por la oscuridad total que nos rodeaba,  eran tan raros que en ocasiones parecían gritos de dolor, alegría o no se que otra cosa. Mi lucha por conciliar el sueño se hacia todo un calvario, pero entre esos extraños ruidos, el cansancio y la desilusión me profundizaba.

Má, con dulzura pero con ojos de amargura  al llegar la mañana me daba una  cálida tasa llena de agua de panela medio teñida con leche y un tieso pan con sabor a levadura.  Toda la mañana como casi siempre transcurría entre el silencio de mi madre y mis pobres y solitarios juegos, siempre con el panorama de los otros niños de mi edad que iban a la escuela y yo no.


Día a día… mejor;  noche a noche, distinguí diferentes personajes, lujosamente adornados con esas botas negras, que como sello de identidad los marcó en mí con el nombre de la justicia.  Esa rutina, ya conocida, esporádicamente se quebrantaba por una maldición muy repetida por Má… ¡Perros infelices comen y no pagan! Otra expresión igualmente desconocida y desconcertante, como casi todo el panorama que rodeaba nuestras vidas;  más aún, cuando jamás los vi comer.  


Ocasionalmente, compartía con otros amiguitos que sin querer me narraban sus vivencias. ¡Que casualidad muy similares a las mías, situación que me hizo ver todo esto como algo natural, es decir la realidad de mi cuarto y el de Má, era la realidad del mundo y de  aquella casona vieja visitada por muchos y por esos que yo quería fueran mis amigos y que aprendía a distinguir como la justicia.


Pocas veces salíamos al pueblo; como será que recuerdo casi uno a uno, los acontecimientos y todo lo que sucedía en cada uno de esos paseos.  ¡Que aventura!, ¡Que alegría!, era esperar los domingos, obviamente no todos, porque Má, dormía hasta tarde algunos de ellos como si la noche anterior no le hubiese alcanzado. ¡Bueno!, que más seguir en lo mío y esperar la más larga de las semanas, cuando ello sucedía.


El implacable tiempo fue haciendo su trabajo, muchas preguntas, poco respuestas y yo buscando aún la Justicia, aquella que a diario aunque ingresaba a mi casa, no la encontraba, aquella que aunque sabía se relacionaba con Má, no entendía que compartían y menos, ¿porque con ella si y conmigo no?.


Poco a poco, ese tormentoso ambiente merced a su accionar, fue gestando en mi un inmenso deseo de escapar, de salir de allí, de encontrar nuevos momentos.  Mi ingenuidad se fue esfumando, a tal punto que algún día en uno de mis primeros encuentros amorosos, escuché nuevamente todos esos gemidos,  pero no propiamente de Má. Mis amiguitos, ahora ya crecidos cada uno con su mundo, unos aún en la casona, otros fuera de ella pero marcado por ella, otros vivos y otros muertos por los vivos y algunos como yo, vivos para matar. Ese fue el otro mundo que conocí muy pronto, la verdad; no sabía otra cosa que hacer.


Un día como todos, lleno de locuras acompañadas de licor y alguna que otra cosita más,  la vuelta que me encargaron y por la que me pagaban, me salió mal. Los ojos que tenía que cerrar, siguieron abiertos aunque intenté cumplir con esa tarea. Nuevamente volví a un cuarto, pero de peor condición, frio, sucio, mal oliente, estrecho, con barrotes y oscuro, que me hizo en cierta forma recordar el mío.



Ahora, si encontré a la justicia, volví a ver esas grandes botas negras, cubriendo las familiares y largas piernas de quienes algún día busqué y jamás encontré y que siempre conocí como la justicia. Que tristeza, cuando la tuve cerca jamás llegó a mi ¡pero hoy!… si me miro, me habló, me juzgó y me sentencio.  El mundo de oportunidades no me tocó, se limito a pasar por mi lado y el de Má y los que conocí como la JUSTICIA, solo me dejaron los recuerdos de una larga noche… ¡que aún no termina!

=====