Silvia Matute

Algazara

Algazara era la ciudad más visitada por los peregrinos que prontamente la localizaban, debido a su ubicación como punto central del mundo brindaba un fácil acceso a los forasteros, aunque su transcendencia giraba en torno al ruido que en esta zona dominaba, como una especie de carnaval que contagiaba a sus habitantes de felicidad.

Las canciones de fiesta, el tañer de los instrumentos de cuerda, tambores, maracas, el estrépito de las voces que cantaban, comentaban y compartían su locuacidad era de asombrarse; en esta Algazara que nunca había permanecido callada.

Las bibliotecas se encontraban cerradas, ya nadie se interesaba por la lectura que de otras partes llegaba; millones de libros apilados, polvosos e ignorados en esta ciudad donde sus habitantes dejaron de reflexionar, para entregarse en una  diversión que parecía ser eterna y tan solo fue una ilusión que poco a poco se desvaneció, como todo lo bueno de esta vida que sin esperarlo se termina.

Así sucedió los instrumentos perdieron su clamor, los equipos de música colapsaron; a través de un súbito estruendo que acabó con el sentido auditivo de cada individuo, que se preguntaba porque las voces se entrelazaban y sin embrago no se escuchaban.

La desgracia fue como un remolino que no se esperaba; mujeres, hombres, niños, ancianos dejaron de hablar; observando lo restos de la catástrofe de Algazara, que por fin era un silencio rotundo, con rostros tristes que se vislumbraban, rodeados de páginas blancas que se utilizaban para decorar las festividades que cada día se celebraban. 

Era una sensación extraña como estas páginas robaban sus miradas, con el único objetivo de ser tomadas y con lápiz ser llenadas. Esto fue lo que aconteció, el juego hipnótico comenzó; cada residente se consoló escribiendo sus sentimientos en medio de la desolación, que pronto les ofreció la oportunidad de descubrir su interior, recordar sus sueños, sus personalidades, sus deseos; que se plasmaban con prontitud en estas páginas formando historias increiblemente narradas.

Las librerías fueron de nuevo abiertas, sus libros completamente engullidos por estas personas cuyo espíritu se despertaba, en cada texto leído y en cada escrito trazado, como un frenesí que se dilataba al traducir lo que en sus mentes pasaba.

¡Que felicidad! la alegría se esparcía de nuevo en Algazara que esta vez se comunicaba con palabras escritas y de buena ortografía, ganando el idioma Español escritores de una índole superior.