Antonia Ceada Acevedo

Adiós

Una sola y penúltima  espina ha sido suficiente para desangrarme, por entera, el alma.

Una penúltima vez  que abre las heridas del pretérito trayéndose al presente el dolor y las lágrimas, envasadas y durmientes, que guardaba en la cripta de mi memoria, brotando como manantial de agua putrefacta.

La sensatez no la encuentro; posiblemente se fuera al bosque donde las tinieblas perennes.

La experiencia me ignora, me desplaza y me desvía a la niñez de trenzas largas donde en cualquier rincón se refugiaba mi soledad.

Todos están presente, todos, fustigándome  las espaldas con el látigo de la insensibilidad, lapidadando mi integridad, linchando mi dignidad, violando esa energía que me llenaba y apaleando mis ganas por seguir por el camino angosto de este existir mío.

Mi libertad no la quiero y me encadeno, con las secuelas, a la locura cortando rosas para ella en este jardín de cicutas.

Observo a la realidad y vomito los sueños caducados en la tierra de los abandonados…abandonándolos en la más triste de las tristezas... y se van deshojando  tantos anhelos…

¡Llámame muerte!

¡Llámame serenidad!

Pero llamadme porque no coordino con el compromiso, porque  desorganizo  mis responsabilidades y me duele el cuerpo de esforzarlo.

…y me estoy perdiendo los rayitos de la inocencia de una estrella nueva, como me pierdo el despertar de un sol en este mar inerte de la sin razón.

 

¡Llamadme!

¡Por Dios!

Porque me quedé estática en este laberinto de engaños e hipocresía.

No hay peor agonía que la agonía de una ilusión, ni peor muerte que la muerte de una sonrisa.

 

Me voy.

Me voy a no sé qué mundo.

Me voy silenciosamente y sin color.

He de irme, más esta no es mi ley, si no la ley de la incomprensión, las normas del desequilibrio de mi especie, el círculo de los demonios.

Vacía me voy…

No sé si regresare.

Adiós…adiós.

 

Antonia Ceada Acevedo